Las bodas de sangre de Alfonso XIII

24 / 07 / 2006 0:00 Luis Reyes
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El matrimonio por amor del joven rey debía servir para promocionar su imagen moderna y simpática, pero un brutal atentado terrorista estropeó la fiesta

22/05/06
No era la primera boda real del siglo en España, pero más valía no acordarse de la anterior; había sido un desastre. La hermana del rey, María de las Mercedes, heredera de la corona con el título de princesa de Asturias, había tenido la mala idea de casarse en 1901 con Carlos de Borbón- Dos Sicilias, hijo del pretendiente carlista. La indignación que provocó ese matrimonio entre la opinión liberal y las fuerzas progresistas fue tremenda. Se produjeron manifestaciones de repulsa y hasta disturbios populares, y hubo que celebrarlo de tapadillo, en la minúscula capilla del Palacio Real, sin ceremonias públicas ni cortejo por las calles de Madrid.Total para nada, porque al poco la novia había muerto con sólo 24 años... La boda de Alfonso XIII tenía que ser todo lo contrario. Los cerebros de la monarquía, capitaneados por Romanones, querían convertirla en una palanca para la popularidad del joven rey.
Modernidad. Para empezar, la elección de una novia inglesa en vez de una austriaca, como prefería la madre de Alfonso XIII, se podía interpretar como un gesto liberal, de acercamiento a un país de impecable tradición democrática como Inglaterra y de apertura de costumbres. Resultaba “muy moderno”que pareciese una historia de amor. Alfonso había elegido, en efecto, a la princesa más bella de Europa, aun- que fuese de categoría inferior a la que hasta entonces se había exigido para casarse con un rey de España. Por primera vez, la prensa había seguido el regio noviazgo, y el público se sentía implicado en los amores del rey.
La ceremonia iba a atraer a Madrid a la Europa áulica, a representantes de toda la realeza, y eso también había de ser explotado. Desgraciadamente, Madrid no estaba en aquella época a la altura de las grandes capitales europeas. Aunque parezca mentira sólo existía un hotel en Madrid, el París, junto a la Puerta del Sol, de modo que Romanones organizó una especie de voluntariado de grandes familias, que ofrecieron sus palacios para los invitados.
El príncipe de Gales, futuro Jorge V, como invitado más importante, fue alojado en el Palacio Real. Del archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austrohúngaro, se hicieron cargo los Medinaceli. La infanta Isabel, la Chata, hospedó a la familia real de Baviera, la duquesa de Bailén acogió al heredero de Portugal, y la de Fernán Núñez al de Bélgica. La marquesa de Denia se conformó con el príncipe de Mónaco.
En cambio un rico burgués, don Tiburcio Castañeda,magnate de ferrocarriles en Cuba, dio hospitalidad al gran duque Vladimiro de Rusia, a quien el pueblo castizo llamaba “Gran Duque Baldomero”. Seguramente gozó de más comodidades que en cualquier palacio de la Grandeza.
Electricidad. Para celebrar el evento se habían programado los habituales festejos, desde corridas de toros a batallas de flores, aunque había una novedad que ponía a Madrid al nivel de otras grandes capitales, las iluminaciones eléctricas con mensajes de parabienes y filigranas artísticas. Sin embargo, el evento central de la celebración era el desfile del cortejo nupcial.
La boda en sí era un acto que sólo vería la élite con acceso a la iglesia de los Jerónimos, ni siquiera habría fotografías de los novios ante el altar. Pero el pueblo, en cambio, disfrutaría del espectáculo de las carrozas de la Casa Real, los soberbios caballos enjaezados a la oriental, los lacayos vestidos a la Federica, la brillante escolta de coraceros. Además, la Grandeza de España competía con sus coches más lujosos, sus mejores tiros de caballos y sus criados con librea heráldica.
Ese brillante cortejo atravesó Madrid de lado a lado, de Palacio a los Jerónimos y vuelta. Faltaban muy pocos metros para que concluyera el desfile, la carroza de los Mundos con los recién casados estaba al final de la Calle Mayor, cuando desde el 4º piso del número 88 echaron un voluminoso ramo de flores que aguó la fiesta, o mejor dicho, la ensangrentó.
Había allí una pensión en la que un joven catalán había alquilado “la mejor habitación, con balcón a la calle”por el abusivo precio de 25 pesetas diarias. En realidad se trataba del anarquista Mateo Morral, que pretendía asesinar al rey. Envueltas en las flores iban dos cajas de caudales convertidas en bombas de fulminato de mercurio y ácido sulfúrico, que provocaron una masacre entre el público: 24 muertos y 107 heridos. Sin embargo fallaron su objetivo, pues los reyes salieron indemnes.
Gajes. Fue entonces cuando Alfonso XIII soltó su más célebre boutade:“¡Bah, son gajes del oficio!”. Animado por el desdén que mostraba el rey, un general se permitió incluso una broma.“Vuestra Majestad se porta como un veterano”, dijo evocando que justo un año antes Alfonso XIII había sufrido otro atentado en París. Una carroza de respeto recogió a los recién casados; ella estaba traumatizada, su vestido blanco lleno de salpicaduras de sangre, pero el rey controlaba la situación y, para no dar sensación de estar asustado, le dijo al cochero “a Palacio y despacio, muy despacio”.
El banquete de bodas no tuvo lugar, pero se improvisó un bufé sobre unas puertas desmontadas. Se mantuvo la corrida de toros y dos días después, enterradas las víctimas, se celebró una recepción de gala para la realeza invitada, como si no hubiera pasado nada. ¡Gajes del oficio!

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