La verdad sobre la muerte de Hammarskjöld

17 / 10 / 2011 16:50 Luis Reyes
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Ndola (Rhodesia del norte), noche del 17 al 18 de septiembre de 1961 · El avión del secretario general de las Naciones Unidas se estrella por causas desconocidas.

Dag Hammarskjöld iba a conseguir algo cuando lo mataron. Fíjense bien lo que digo: cuando lo mataron”. Quien hacía esta rotunda afirmación muy poco después de la muerte del secretario general de la ONU no era parte en el conflicto del Congo, ni tampoco un periodista interesado en una buena historia de conspiraciones. Era un gran estadista ya retirado, el expresidente de Estados Unidos Harry Truman.

Dag Hammarskjöld, en su octavo año como secretario general de la ONU, había decidido jugar fuerte en el Congo. La enorme excolonia belga había alcanzado su independencia el 30 de junio de 1960, y de inmediato cayó en el caos y la guerra civil. El primer ministro Patrice Lumumba fue asesinado en enero del 61, mientras que la provincia de Katanga, de un valor estratégico incalculable como gran productora mundial de uranio y cobalto, se proclamó independiente del Congo, respaldada por Bélgica e Inglaterra, que tenían grandes intereses económicos en sus minas.

La ONU envió un numeroso contingente fuerzas de paz para restablecer el orden, pero el 13 de septiembre de 1961 los cascos azules habían pasado de mediadores a parte en el conflicto, atacando a los secesionistas katangueños para mantener la unidad del país. El jefe de Katanga, Moisés Tshombé, había contratado un pequeño pero eficaz contingente de mercenarios europeos que hicieron fracasar la ofensiva de la ONU.

Hammarskjöld decidió negociar con Tshombé, y se convocó un encuentro en la vecina Rhodesia del Norte (hoy Zambia), al que también acudiría el enviado británico a la zona de conflicto, lord Alport. La ONU no contaba con aviones de escolta y por temor a la aviación katangueña –solo unos Fouga-Magister de entrenamiento, armados para combate- se decidió que el DC-6 de Hammarskjöld volara de noche, en silencio radio, y dando un gran rodeo para alcanzar el aeródromo rhodesiano de Ndola sin sobrevolar Katanga.

Hacia la medianoche del 17 de septiembre, el DC-6 llegó a Ndola y mantuvo un breve contacto por radio con la torre de control. Trazó un círculo para iniciar el aterrizaje y se perdió en la noche. Las autoridades concluyeron que había vuelto a Leopoldville sin decidirse a aterrizar y cerraron el aeropuerto yéndose a dormir, pero unos carboneros que trabajaban en un bosque cercano vieron al DC-6 de Hammarskjöld seguido de otro avión más pequeño que parecía hostigarlo, y del que en un momento dado salieron lenguas de fuego. Después el DC-6 se estrelló en el bosque y el avión pequeño desapareció.

Teorías del magnicidio.

Inmediatamente surgieron dos versiones de los hechos. Para las autoridades británicas de Rhodesia, que realizaron una investigación del suceso, se trataba de un simple accidente aéreo; las declaraciones de los carboneros y otros testigos negros que hablaban de un “avión pequeño” hostigando al DC-6 no fueron tenidas en cuenta. Otra investigación de las Naciones Unidas llegaría a la misma conclusión, y el Gobierno de Suecia, de donde Hammarskjöld era el hijo más prominente, la aceptó.

Sin embargo la opinión pública sueca, al igual de Truman, estaba convencida de que habían derribado el avión para acabar con la vida de Hammarskjöld, un hombre enfrentado a poderosos enemigos (véase recuadro). Y por supuesto, en África y en el Tercer Mundo en general creían a pies juntillas en la teoría del magnicidio, dada la postura no supeditada a Occidente que Hammarskjöld mantenía en el Congo. “Fue víctima de un ataque deliberado, inspirado por Inglaterra y ejecutado por sir Roy Welensky, primer ministro de la Federación Rhodesiana, y por Tshombé, ese traidor africano de Katanga”, resumía la opinión africana un diario de Ghana, recogido por Abc, que transmitía a la opinión española la idea del magnicidio.

En los años siguientes se desarrollaron todo tipo de teorías alternativas al ataque de un avión katangueño, desde la bomba colocada en el DC-6 antes de despegar hasta un secuestrador que, tras estrellarse el avión, se habría salvado milagrosamente. Sin embargo la explicación más plausible a la muerte de Hammarskjöld se dio en París, una década después.

A principios de los 70 se presentó en la oficina de la United Press International (UPI) de París un individuo, evidentemente relacionado con el mundo de los mercenarios, que pretendía vender la historia de lo que había pasado de verdad aquella noche en Rhodesia. La UPI era una agencia de prensa clásica que solamente trabajaba sobre noticias fehacientes, pero el director llamó a un amigo que podía estar interesado en el tema, Claude de Kemoularia.

Kemoularia era diplomático, pero no un diplomático cualquiera, llegaría a embajador de Francia en la ONU en la época de Mitterrand; en el Congo había sido consejero de Dag Hammarskjöld, de manera que se reunió con los mercenarios, prestándoles oídos, y luego crédito. Según estos, se habían enviado a interceptar el vuelo de Hammarskjöld no uno, sino dos aviones Fouga-Magister katangueños. Su misión no era matar al secretario general de la ONU, sino obligarle a ir a Katanga, no está claro con qué propósito, aunque se aduce que el mando militar de la secesión katangueña –detentado por un oficial belga, el teniente coronel Lamouline- quería tratar directamente con él. Sería pues un secuestro aéreo, pero no ejecutado desde dentro del avión de Hammarskjöld, sino desde fuera. Solamente uno de los Fouga-Magister localizó el DC-6 del secretario general de la ONU. Iba a los mandos un piloto belga llamado De Beukels, que se puso en la vertical del DC-6 y le dijo por radio al comandante que debía volar a Kamina. El comandante respondió que tenía que consultar la decisión con sus pasajeros, pero tras unos movimientos dubitativos el avión siguió realizando la maniobra de aterrizaje.

Entonces De Beukels actuó como hacen los aviones de combate cuando quieren obligar a un aparato civil a cambiar de rumbo: disparó unas ráfagas de advertencia con balas trazadoras. Desgraciadamente no debía ser precisamente un as de la aviación y las balas alcanzaron accidentalmente la cola del DC-6. También cabe que no alcanzasen las ráfagas al DC-6, pues en el informe oficial no se señalaban impactos de bala en el fuselaje, pero que el piloto, asustado, intentase evadirse del ataque y eso le llevara a estrellarse.

De Beukels regresó lleno de frustración a su base de Kolwezi y fue sometido a encuesta por un consejo de guerra presidido por el teniente coronel Lamouline, en el que formaban parte representantes de la Union Minière y, según creía, un representante del Gobierno belga, los poderes que estaban detrás de la secesión de Katanga.

Kemoularia acudió al embajador sueco, pensando que esta versión de la muerte de Hammarskjöld era creíble y que el Gobierno de Estocolmo estaría interesado en aclarar el asunto. El 15 de noviembre de 1974 el embajador sueco se reunió con los mercenarios e informó de lo tratado al primer ministro Olof Palme, pero su Gobierno no estimó pertinente revisar el asunto. Al fin y al cabo, las propias Naciones Unidas daban por buena la versión del accidente aéreo.

Accidente, sí. Pero provocado por unas ráfagas de balas trazadoras.

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