La primera carta puebla de Castilla

16 / 10 / 2017 Luis Reyes
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Brañosera, 13 de octubre de 824. El conde Munio Núñez declara hombres libres a los foramontanos bajados de la Montaña para poblar Brañosera, y les otorga el primer fuero castellano.

Un desierto surgió durante el siglo VIII en tierras de los Campos Góticos, donde la cordillera cantábrica decae en la depresión del Duero. No fue la sequía ni la erosión, no fue la naturaleza sino el hombre quien creó el Desierto del Duero, en lo que Sánchez Albornoz considera el primer designio estratégico del largo proceso histórico donde se forja España, la Reconquista.

Convencionalmente se fija el inicio de la Reconquista en la batalla de Covadonga (722), cuando el caudillo godo Don Pelayo venció a los musulmanes y se proclamó rey de Asturias. Tanto la batalla como su protagonista están rodeados de leyenda, pero no son legendarios, sino históricos. Existió un Don Pelayo rebelde al poder musulmán, tanto según las primeras Crónicas asturianas como según las árabes. Y se produjo un encuentro entre los Picos de Europa, cerca de Cangas de Onís, que desde luego no fue la enorme victoria sobre los moros que pretenden los cronistas asturianos, pero en todo caso aseguró la supervivencia de los rebeldes en las montañas de Asturias.

En los primeros tiempos se trataba solo de eso, de sobrevivir. La historiografía árabe cita “al pérfido bárbaro Belay” (Pelayo), que con solo 30 hombres y 10 mujeres mantenía su rebeldía en las montañas alimentándose de la miel silvestre de las rocas. El historiador Al-Maqqari dice que se decidió abandonar a su suerte a aquella treintena de “asnos salvajes”, el caso es que la situación periférica y lo agreste del territorio jugaron a favor de ese núcleo independiente del emir de Córdoba, que poco a poco fue asentándose e inició una lenta expansión. En principio no fue hacia el Sur, donde estaban los moros, sino por Cantabria, de donde procedían Don Pelayo y los primeros reyes asturianos, y también por Galicia, y con el tiempo la capital del reino se iría trasladando de Cangas de Onís, a Pravia, a San Martín del Rey Aurelio y, por fin, casi un siglo después de Covadonga, a la definitiva sede de la monarquía asturiana, Oviedo.

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