La muerte de Julio César (II): El mito

22 / 05 / 2006 0:00
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La Historia ha mitificado a Julio César después de que Roma le convirtiera en un dios. Pero su asesino no salió malparado, se convirtió en modelo político.

20/03/06

César era el hombre más poderoso de Roma, aunque tras su muerte parecía que no tuviese ningún partidario. No hubo ninguna reacción contraria a los magnicidas que, capitaneados por Marco Junio Bruto, se encaminaron al Capitolio llamando a la muchedumbre a la libertad.

Marco Antonio, incondicional de César, aceptó mansamente la nueva situación y pidió permiso para rendirle los honores funerarios a César. Bruto accedió, y eso fue la perdición de los republicanos.

Cinco días después del asesinato, en el funeral de Julio César, Antonio pronunció un discurso que es una obra maestra de la demagogia, y empujó a las masas a sublevarse contra los senadores. A continuación estalló la guerra civil. Derrotado en la batalla de Filipos, Bruto se dio muerte al estilo romano, arrojándose sobre la espada que sostenía un subordinado.

Más espantosa fue la muerte de su esposa Porcia, famosa por su estoicismo. Como su marido no le contara los planes de conjura, Porcia se hirió con un puñal “para demostrarte el valor con que afrontaría la muerte si fracasara la empresa que me ocultas”. Cumplió su promesa: tras el fracaso de Bruto tragó carbones encendidos para suicidarse, añadiendo un plus de horror a esta terrible historia. La derrota de Bruto en Filipos enterró a la República y dio paso al Imperio, precisamente lo que los conjurados habían querido impedir con el asesinato. El hijo adoptivo de Julio César, Octavio, tras eliminar a su aliado Marco Antonio se convertiría en el primer emperador de Roma. Fue un grandísimo estadista que estableció la Pax Romana, la etapa de mayor estabilidad que ha conocido el mundo.

Dios

Por otra parte se dedicó concienzudamente a convertir a César en un dios, un proyecto que el propio César había acariciado –se consideraba descendiente de Venus–, causando la indignación de los republicanos. Levantó un templo al dios César, con una gigantesca estatua de la nueva divinidad. En el frontón estaba representado el cometa aparecido durante los juegos funerarios de César. “Se creía que era el alma de César recibida en el cielo”, escribe Suetonio.

Podría pensarse que la completa derrota de los republicanos supondría la condena de su memoria, pero no fue así. Bruto continuó siendo un personaje admirado por los romanos. Los historiadores y los escritores del Imperio le tratarían bien, pues Bruto encarnaba las virtudes republicanas, y en la Roma Imperial había una nostalgia de la República, cuando la sociedad era austera y virtuosa y la pequeña Roma podía con cualquier enemigo. Será mucho después de desaparecido el Imperio Romano, en el siglo XIV, cuando la fama de Bruto sufra un terrible embate, el de Dante, que le sitúa en lo más hondo del infierno. En la Divina Comedia, Bruto aparece con “el hocico negro”en el noveno círculo infernal, el de los traidores, al lado de Judas, nada menos. Para más inri, Dante sitúa a su antepasado Bruto el Viejo (véase recuadro) en el primer círculo, el limbo, donde están los justos que, por no haber sido bautizados, no pueden entrar en el cielo.

Revolución

Otra gran potencia de la literatura, Shakespeare, va a reivindicar sin embargo la figura de Bruto. En su tragedia Julio César, el héroe no es quien da nombre a la obra, sino Bruto.Y Shakespeare no se inventa nada, sigue fielmente a los autores romanos, sobre todo las Vidas Paralelas de Plutarco, que le había dedicado biografías no sólo a César, sino también a Bruto.

Pero sería la Revolución Francesa quien exaltara la figura de Bruto como modelo histórico, aunque a veces con cierta confusión entre Bruto el Viejo, fundador de la República Romana –a quien David le dedicará un gran cuadro–, y su descendien te. Los que mataron a César para salvar la República son los perfectos tiranicidas para los revolucionarios franceses, justificación y ejemplo de su propio tiranicidio, la ejecución de Luis XVI.

Brecht

Precisamente cuando se discute la suerte del rey en la Convención, impaciente porque no se deciden a condenarle a muerte, Camille Desmoulins arenga: “Todos pretendemos el sobrenombre de Bruto, pero resulta que hace cuatro meses que 740 Brutos deliberan gravemente si un tirano es inviolable o no”. Pasado el momento histórico de la Revolución Francesa, la figura de Bruto se va diluyendo. La de César en cambio permanece viva en el imaginario moderno, pues incluso tiene influencia en nuestra vida cotidiana. Fue Julio César quien inventó el calendario de doce meses que todavía utilizamos.

En el siglo XX le dedican obras a César desde Bernard Shaw a Bertold Brecht, y si en los tebeos de Astérix es el malo, Hollywood nos lo presentará como un héroe simpático y entrañable en Cleopatra. Pero cada vez que se representa el más magnífico drama sobre su muerte, el Julio César de Shakespeare, cuando al final Marco Antonio dice: “Éste fue el más noble de todos los romanos... la Naturaleza podría levantarse y decirle al mundo entero: Éste fue un hombre”, no se refiere a César, sino a Bruto.

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