La mística del pantalón rojo

13 / 01 / 2015 Luis Reyes
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Frente de guerra, Francia, enero de 1915 · Tras la carnicería provocada por el pantalón rojo, el Ejército francés adopta el uniforme azul horizonte.

Francia estaba herida desde 1870, tenía clavado en el costado un rejón que le atormentaba las entrañas, la pérdida de Alsacia y Lorena en la Guerra Franco-prusiana. Durante décadas se desarrolló entre los franceses una doctrina, o más bien un sentimiento, el revanchismo. Había que darle la vuelta a la Historia, volver a jugar la Guerra Franco-prusiana pero con una Francia agresiva y bien preparada, que recuperaría las provincias perdidas, representadas en el imaginario popular por dos niñas vestidas con los trajes regionales alsaciano y lorenés, raptadas por un brutal prusiano.

Quizá fue este deseo de retorno al pasado para reescribirlo lo que determinó, subliminalmente, que los soldados franceses fuesen al frente en 1914 vestidos como en 1870, quepis y pantalón rojo, capote azul, cuando los principales contendientes ya habían adoptado colores discretos, que permitiesen el camuflaje con el terreno (ver recuadro).

El resultado fue espantoso, los franceses eran dianas vivientes para el tiro con nuevas armas, de una potencia de fuego antes desconocida. Un mes después del inicio de hostilidades, tras la batalla del Marne, cuando los franceses encajaban 50.000 bajas diarias, el mando asumió el tremendo error del “pantalón rojo”, y comenzó a buscar remedios de urgencia a este hándicap con el que había enviado al combate a sus tropas.

En realidad, desde la misma derrota en la Guerra Franco-prusiana se señalaban los inconvenientes del pantalón rojo, que para el futuro ministro de la Guerra Lewal, era muestra de “la ligereza, el capricho y la fantasía del carácter de nuestra nación”. Pero los tradicionalistas se oponían indignados: “El legendario pantalón rojo... es el uniforme consagrado por la gloria y, yo añadiría, sagrado por la derrota”, tronaba un periodista de L’Illustration en 1890.

El pantalón rojo dividió a Francia en dos, progresistas frente a reaccionarios, de la misma forma que el caso Dreyfuss. Puede parecer frívola la comparación con la condena de un hombre claramente inocente, el capitán Dreyfuss, cuyo único delito era ser judío, y muy brillante, en una casta militar dominada por el antisemitismo y la inercia, pero el debate del pantalón rojo tendría consecuencias mucho más graves, pues iba a suponer la muerte de miles de soldados.

Conflicto político.

El régimen de la III República, que sucedió al II Imperio derrotado por los prusianos en 1870, adjudicó al Parlamento la cuestión de los uniformes, una cuestión importante para dejarla en manos de los militares, pero todos los intentos de modernizar la indumentaria castrense fueron inútiles por la oposición de la derecha. Cuando en 1878 un senador propuso suprimir el pantalón rojo, un militar senador, el general de Chabaud La Tour, reaccionó indignado: “¡Es un uniforme legendario!”, e incluso un liberal como Lambert de Sainte-Croix se lamentaba: “Sería renunciar a todas nuestras tradiciones militares”.

La demagogia patriotera alcanzaba amplio eco popular. En el desfile de la fiesta nacional del 14 de julio de 1912, al pasar unas pocas unidades vestidas con uniformes experimentales sin pantalón rojo, los espectadores las pitaron. Para vergüenza de la avanzada República Francesa, sería un invitado del país más reaccionario de Europa, el gran duque Nicolás de Rusia, quien les dijo a los generales franceses que “el pantalón rojo no tiene lugar en un campo de batalla moderno”.

La oposición parlamentaria al cambio de vestimenta tenía a veces extraños compañeros de viaje. El líder socialista Jean Jaurés era acusado por los militares de estar tras los intentos de acabar con las tradiciones castrenses. El odio que el pacifista Jaurés provocaba en la derecha haría que en vísperas del estallido de la Gran Guerra, un extremista monárquico le asesinase por su oposición activa a que Francia entrase en el conflicto. Pero unos días antes, cuando al fin el Parlamento decidió eliminar el pantalón rojo, Jaurés criticó los gastos que supondría un nuevo uniforme para un millón y medio de hombres.

Lo más grotesco de esta cerrazón patriótica en torno al pantalón rojo es que su fabricación dependía de... Alemania. Hasta los años 80 del XIX, el tinte que daba su característico color al pantalón francés se extraía de una planta, la granza, garance en francés, por lo que en esta lengua se decía “pantalon garance”. Pero a partir de esas fechas el colorante natural sería totalmente reemplazado por uno químico, la anilina, cuya fabricación era una exclusiva de la firma alemana Badische Anilin und Soda Fabrik, BASF, la más importante empresa química del mundo. Sería imposible fabricar prendas rojo granza a partir de 1914, por lo que con sorna podría decirse que los alemanes le quitaron los pantalones a los franceses.

No solo eso, sino que el color elegido para el nuevo uniforme en julio de 1914 también fue frustrado por el enemigo. Para contentar a los tradicionalistas se descartó el caqui o el gris verdoso, el soldado francés tendría que distinguirse a simple vista no solo de los enemigos, sino incluso de los aliados. El caqui, que era el color más práctico, utilizado ya por las tropas coloniales franceses, se desechó “por inglés”, y se optó oficialmente por el llamado uniforme tricolor, en un gris violáceo producto de mezclar azul, blanco y rojo, los colores de la bandera francesa. Por desgracia, para fabricar tan patriótica elección era necesario el tinte de la BASF. Esta vez podríamos decir que los alemanes desnudaron del todo a los soldados franceses.

Defensa del panache.

Un periodista patriotero publicó en L’Illustration  que “la guerra sería la más odiosa de las carnicerías si no se le pone un poco de panache”, palabra francesa equivalente a glamour, pero cuando en septiembre de 1914 el panache del pantalón rojo elevó la cifra de bajas a 50.000 diarias, los generales que tanto lo habían defendido empezaron a buscar soluciones de urgencia, y repartieron a las tropas pantalones de pana marrón de los que usaban los campesinos franceses, obteniendo el uniforme más antipanache que podría imaginarse.

No le iba en zaga, como bodrio en el vestir castrense, la solución que buscaron muchos soldados, ponerse sobre el pantalón rojo un mono de obrero del clásico color azul, mientras que el quepis rojo, el clásico gorro del soldado francés, era cubierto con fundas o parches de colores más discretos. En resumen, a finales de 1914, el Ejército francés, que había hecho de la coquetería una virtud militar y patriótica, iba tan desastrado como el ejército de Pancho Villa.

Por fin, a principios de 1915 comenzaron a repartirse los nuevos uniformes en un color que, a falta del rojo del tricolor, salió en azul claro. No era tan eficaz su camuflaje como el del caqui inglés o el gris verdoso alemán, pero haciendo de la necesidad virtud lo bautizaron bleu horizon (azul horizonte) y dijeron que pretendía confundirse con el del cielo cuando había poca luz, al amanecer y en las neblinas. Dado el clima húmedo y poco soleado de la parte oriental de Francia y Flandes, donde se estancó el frente en trincheras estáticas hasta el final de la guerra, el azul horizonte no dio mal resultado, y desde luego definió la figura inconfundible del soldado francés de la Gran Guerra.

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