La invención de un país imposible

31 / 10 / 2016 Luis Reyes
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Praga, 28 de octubre de 1918. Se proclama la República de Checoslovaquia, creación del filósofo Masaryk.

Punto número 10: “Oportunidad para un desarrollo autónomo de los pueblos del Imperio austrohúngaro”. Así, con una sola línea y ocupando uno de los últimos puestos de sus Catorce puntos para la paz en Europa, liquidaba el presidente Wilson una de las construcciones políticas más complejas y características de la historia de Europa, el Imperio de los Habsburgo.

La monarquía dual austrohúngara tenía en 1914 la misma extensión que Francia, aunque una densidad demográfica superior, con 53 millones de habitantes. Sin embargo, no eran una nación, sino un mosaico de nacionalidades con distintos estatus políticos, que hablaba once idiomas y practicaba cinco religiones diferentes. Para hacernos una idea, 20 Estados europeos actuales ocupan en todo o en parte el territorio que hace un siglo era el Imperio austrohúngaro. Por si las condiciones objetivas no fueran bastante complejas, la organización política contaba con dos Parlamentos, dos Gobiernos y tres Ejércitos.

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