La guerra desconocida

20 / 09 / 2016 Luis Reyes
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Río Jaljin Gol, Mongolia, 16 de septiembre de 1939. Termina la Guerra Fronteriza entre Japón y la URSS.

La Segunda Guerra Mundial fue un conflicto complejo que incluyó varias guerras marginales. La más olvidada de ellas sucedió en la recóndita frontera siberiana de Extremo Oriente. Una pequeña horda de jinetes mongoles, no más de 100, atravesó un río insignificante, el Jaljin Gol, límite teórico entre Mongolia y Manchuria. Buscaban forraje pero fueron atacados por caballería manchú. Así, con una cabalgada propia de los tiempos de Gengis Khan, empezaba un conflicto que terminaría con la bomba atómica. Era 18 de mayo de 1939, a 105 días de la Segunda Guerra Mundial, pero dos de los actores principales, la Unión Soviética y Japón, habían comenzado las hostilidades.

Rusia y Japón estaban destinados a chocar en Extremo Oriente desde que el Imperio del Sol Naciente salió de su aislamiento y comenzó a expandirse por Asia. El Imperio ruso llegaba hasta el Pacífico, y en 1904 estalló la Guerra Ruso-japonesa, con aplastante victoria de Japón. Desde entonces se esperaba una segunda parte, y cuando Japón ocupó Manchuria en 1931 y creó el Imperio de Manchukúo, comenzaron los incidentes fronterizos. Stalin no quería que se repitiese la humillación de 1904, y ordenó mejorar el ferrocarril transiberiano y organizar un potente Ejército Soviético Mongol.

La Guerra Fronteriza se libró en principio a través de terceros, la República Popular de Mongolia, Estado satélite de Moscú, y el Manchukúo, satélite nipón, pero el protagonismo pasó enseguida al Ejército Soviético Mongol y al Ejército de Kwantung japonés. El llamado militarismo japonés, equivalente al fascismo europeo, cuyo núcleo duro estaba en el Ejército, y cuyo cabecilla era el general Tojo, primer ministro en la guerra mundial, ya había provocado la guerra contra China en 1937, y ahora quería tenerla con Rusia. Su instrumento era precisamente el Ejército de Kwantung, que no seguía las órdenes del Gobierno de Tokio, sino las del mando del Ejército.

Tras los primeros tanteos, el Ejército de Kwantung decidió mostrar su poderío al mundo, y el 2 de julio, ante un público de periodistas y agregados militares extranjeros, lanzó su ofensiva y cruzó el río Jaljin Gol, aunque con muchas más bajas de las calculadas. Los nipones estaban envalentonados por sus fáciles victorias sobre los chinos, pero el Ejército Soviético Mongol contaba con casi 1.000 blindados y más de 500 aviones, y estaba al mando del carismático general Zhúkov, veterano de la guerra civil, feliz superviviente de las purgas estalinistas y futuro artífice de la victoria soviética sobre Alemania.

Al día siguiente Zhúkov lanzó un contrataque y obligó a los nipones a cruzar el río en sentido inverso. El Gobierno japonés no quería una guerra con la URSS y el propio emperador intervino para frenar a sus militares, pero el Ejército de Kwantung hizo oídos sordos, su orgullo no le permitía terminar la partida con una derrota. Preparó otra ofensiva para el 24 de agosto, pero Zhúkov también tenía superioridad en información, conocía el plan japonés y se adelantó con un vigoroso ataque que aniquiló a las mejores unidades niponas.

Al éxito militar ruso se sumó otro diplomático. El 23 de agosto se firmó el Pacto Germano-soviético, que convertía a Berlín y Moscú en aliados. Japón, que consideraba a Alemania su compañera de viaje, se sintió abandonado; hubo crisis de Gobierno en Tokio, y el nuevo Gabinete inició negociaciones con los rusos. El Ejército de Kwantung se resistía a ello, pero fue cercado por las fuerzas soviéticas, que lo machacaron hasta que el último día de agosto cesó toda resistencia. Al día siguiente, 1 de septiembre de 1939, Hitler comenzaría la Segunda  Guerra Mundial invadiendo Polonia.

El 16 de septiembre, derrotados y humillados, los japoneses firmaron el cese el fuego. La Guerra Fronteriza había terminado. También al día siguiente Stalin pudo incorporarse a la guerra de verdad, la mundial, e invadió Polonia de acuerdo con el Pacto Germano-soviético.

Pearl Harbor

 La Guerra Fronteriza, ignorada fuera de su recóndito entorno, cayó en el olvido de la Historia, pero sus consecuencias fueron importantísimas y determinaron el curso de la Segunda Guerra Mundial. No es que el militarismo quedase desacreditado en Japón, pero sí lo fue el Ejército y su estrategia de expansión por Asia continental. Del fracaso del Ejército de Kwantung se aprovechó la Marina imperial, siempre en competencia con los de tierra, que impuso su propia visión del militarismo: la expansión por el Pacífico y el sudeste de Asia. Japón retiró el punto de mira de Rusia y lo enfocó hacia Estados Unidos.

El primer efecto, cronológicamente hablando, tuvo lugar cuando Alemania invadió Rusia. Stalin había mantenido en Extremo Oriente poderosas fuerzas por temor a un ataque japonés, pero su espía en Tokio, Sorge, le aseguró que Japón no atacaría otra vez a la URSS. Eso permitió traer a las divisiones de Siberia para defender Moscú, a punto de caer en manos de los nazis. La experiencia adquirida en el Ejército Soviético Mongol por Zhúkov, las nuevas tácticas creadas por él para la Guerra Fronteriza, la veteranía, alta moral de victoria y preparación para el frío de sus divisiones siberianas, le permitieron lanzar el primer contrataque ruso con éxito, la ofensiva del invierno del 41-42, y demostrarle a los alemanes que la invasión de Rusia no iba a ser más un paseo militar.

Pero aún más definitivo fue el segundo efecto de la Guerra Fronteriza, el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941. La aplicación de la doctrina estratégica de la Marina imperial japonesa provocó la entrada en guerra de Estados Unidos, una inmensa potencia que cambiaría decisivamente el balance de fuerzas. Lo que empezó por una correría de jinetes mongoles como en tiempos de Gengis Khan supuso la inapelable victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. 

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