Hitler, indultado

09 / 08 / 2016 Luis Reyes
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Moscú, 1943. Stalin suspende el atentado contra Hitler, a tiro de un agente soviético. 

 

“Está a tiro”. El mensaje que esperaba desde hacía casi dos años llegó al despacho del coronel Sudoplatov en Moscú a finales de 1943. Inmediatamente dio cuenta a Stalin. Aunque fuese un simple coronel, Pavel Anatolyevich Sudoplatov gozaba del privilegio de comunicación con Stalin porque era el director de la Administración de Tareas Especiales, eufemismo que disimulaba la sección de asesinatos de la NKVD (Policía política). Su prestigio había subido mucho con el reciente atentado a Trotsky, una filigrana de falsa identidad, seducción sexual, autosacrificio y mano firme para matar a Trotsky con un simple piolet.

Ese magnicidio sin embargo iba a ser superado en trascendencia histórica si el hombre de Sudoplatov en Berlín llevaba a cabo su misión: asesinar a Hitler.

Alemanes étnicos

 Sabemos que esto no sucedió, aunque Quentin Tarantino hiciese morir al Führer en un atentado. En la vida real hubo una treintena de tentativas, algunas tan fantasiosas como la matanza en el teatro de Malditos bastardos. De hecho, Tarantino se inspiró en un plan real: en octubre de 1941, cuando se esperaba que la Wehrmacht entrase en Moscú, la NKVD proporcionó granadas de mano a las bailarinas del Bolshoi y a los saltimbanquis del Circo de Moscú, pues pensaron que los alemanes montarían festejos para celebrar su triunfo, y que Hitler acudiría a la capital soviética. Los artistas deberían entonces sacrificar sus vidas en atentados suicidas, llevándose por delante todos los jerarcas nazis que pudiesen. Además se asignó al famoso compositor Lev Knipper la misión de disparar contra Hitler en el desfile que seguramente presidiría en la Plaza Roja.

Pero los alemanes nunca entraron en Moscú y no hubo ocasión de realizar esa operación. No, si se quería matar a Hitler habría que ir a buscarlo a su propia casa. Y el coronel Sudoplatov puso a la Administración de Tareas Especiales a trabajar en ello. El hombre elegido para la misión fue Igor Miklachevsky, un campeón de boxeo y hombre de cine, que haciéndose pasar por desertor cruzó la línea del frente y se pasó al enemigo.

Miklachevsky llegó a principios de 1942 a Berlín, donde tenía dos avales. En primer lugar su tío, el famoso actor Vsevolod Blumental-Tamarin, que se había pasado anteriormente a los alemanes. Blumental-Tamarin prestaba a Radio Berlín su voz, capaz de imitar muy bien la de Stalin. Figúrense el impacto que causaría en los rusos bajo ocupación nazi oír por radio al propio Stalin pidiéndoles que cooperasen con el ocupante.

Otro contacto de Miklachevsky, aún mejor situado en las altas esferas berlinesas, era la actriz Olga Chekhova, que había emigrado a Alemania en 1920 huyendo la revolución, y se había convertido en una gran estrella de la UFA, la productora germana, aunque mantenía vínculos secretos con la NKVD. Olga Chekhova hizo decenas de películas de cine mudo y hablado, trabajó con los grandes, desde Murnau a Hitchcock, y lo que es más importante, era la actriz favorita de Hitler, que buscaba su compañía en galas y banquetes. Igualmente seducido tenía a Goebbels, que la citaba en sus diarios como “la dama encantadora”.

Casualmente, Olga Chekhova era hermana del compositor Lev Knipper, el que tenía que haber disparado a Hitler si este hubiese entrado en Moscú como conquistador. Una característica común a todos estos personajes citados es que eran alemanes étnicos, es decir, ciudadanos soviéticos de pura raza aria y lengua germánica, pertenecientes a una comunidad llamada “alemanes del Volga”, a quien Berlín siempre consideró alemanes por derecho de sangre. Aunque en 1924 el nuevo régimen comunista incluyó en la Unión Soviética una República de los alemanes del Volga, Stalin la había borrado del mapa al entrar en guerra con el Reich, y había deportado a Siberia a los alemanes étnicos. Era lógico pues que los nazis no dudaran de su anticomunismo cuando se pasaban a ellos.

Olga Chekhova introdujo a Miklachevsky en el círculo íntimo de otro de sus admiradores, el mariscal Göring, número dos del régimen, con el que poco a poco fue estableciendo una amistad que le franquearía el acceso al propio Hitler. Mientras Miklachevsky iba cerrando el círculo, se presentaron en Berlín dos refuerzos enviados por la Administración de Tareas Especiales, eran el hermano de Olga Chekhova, Lev Knipper, y su esposa, María Melikova, también agente de la NKVD. Su misión era apoyar a Miklachevsky y sustituirlo en caso de que cayese antes de ejecutar a Hitler.

Con todas las piezas del rompecabezas encajadas, Miklachevsky envío el mensaje cifrado “Está a tiro”, y esperó la orden de ejecución... Esperaría durante dos años, hasta el final de la guerra, pero nunca llegaría.

¿Por qué no dio Stalin la orden de matar a Hitler? Porque en su visión paranoica pensó que si Hitler desaparecía y otra persona subía al poder, podría hacer una paz por separado con Inglaterra y Estados Unidos. Hitler en cambio era una garantía de que no habría negociación separada. Ni el Führer se rebajaría a ello, ni los aliados occidentales aceptarían nada que viniese de él, salvo la rendición incondicional. Una buena razón para indultar a Hitler en la óptica de Stalin, según revelaría el historiador militar Lev Bezymenski tras la apertura de los archivos del KGB (sucesor de la NKVD), y más recientemente el general Anatoli Kulikov, que fue ministro del Interior con Yeltsin.

Al final, los años que pasó Miklachevsky en Berlín tuvieron una pobre justificación. El 10 de mayo de 1945, dos días después de la rendición alemana, ejecutó a su tío Blumental-Tamarin por traidor. En cambio Olga Chekhova, que había jugado a dos barajas, vivió tranquilamente bajo la ocupación soviética y en la República Federal, donde prosiguió su carrera cinematográfica hasta los años 70. 

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