Hijos de reyes, príncipes de la Iglesia

21 / 06 / 2011 16:48 Luis Reyes
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Ferrara, 15 de noviembre de 1598 · El Papa casa al hasta entonces cardenal-arzobispo de Toledo, el archiduque Alberto de Austria, con la infanta Isabel Clara Eugenia.

Cardenal- infante. Don Fernando jamás pisó su diócesis de Toledo

Toledo era la primera mitra de la cristiandad al inicio de la Edad Moderna, no solo por ser la sede primada de España, que en los siglos XVI y XVII era una primera potencia mundial, sino por la enorme riqueza que proporcionaba su diócesis. La jurisdicción del arzobispo de Toledo llegaba hasta el norte de África, donde el famoso cardenal Cisneros había conquistado por su cuenta en 1509 la plaza de Orán, en Argelia.

Es normal que la Corona quisiera controlar una sede tan importante política y económicamente, y Felipe II designó para esta misión a su sobrino favorito, el archiduque Alberto de Austria. Alberto era hijo de la hermana mayor de Felipe II, María, y de su primo, el emperador Maximiliano II; como hijo del emperador tenía el derecho innato al título de archiduque de Austria.

Maximiliano y María tuvieron 15 hijos, varios de los cuales se criaron en la corte española. Uno de esos era Alberto, que llegó a Madrid con 10 años. Desde el principio Felipe II vio en él a un joven inteligente, sensato y con carácter, todas las virtudes que no había tenido el malogrado hijo del rey, el príncipe don Carlos, ocupando en el corazón de Felipe II el puesto del hijo muerto.

Alberto estaba destinado a la Iglesia, como se hacía con los hijos pequeños de las familias nobles, pero no a ser un cura cualquiera. En 1577, cuando tenía 18 años, Felipe II solicitó para él un capelo cardenalicio y el papa Gregorio XIII se plegó a la voluntad del monarca español. En realidad se trataba de un paso previo para ocupar el arzobispado de Toledo. Tres años más tarde el Papa nombró a Alberto arzobispo coadjutor de Toledo, con derecho a sucesión de su titular, el gran inquisidor Gaspar de Quiroga. Sin embargo las necesidades de Estado su cruzaron con la carrera eclesiástica del archiduque, a quien por cierto no le desagradaba su condición religiosa y era conocido por Alberto el Piadoso. Pero Felipe II se había convertido en rey de Portugal y tras pasar casi tres años en ese país tenía que regresar a Madrid, de modo que llamó a Alberto para que se quedara como virrey en Lisboa.

Pasó más de diez años gobernando el país vecino, hasta que murió el arzobispo Quiroga en 1594. Entonces regresó a Toledo y se hizo cargo de la sede, pero ese no era su destino histórico. Un hermano de Alberto, el archiduque Ernesto, había sido elegido por Felipe II para que se casara con su hija mayor, Isabel Clara Eugenia, y juntos formasen una dinastía que recibiría como dote la soberanía de los Países Bajos. Desgraciadamente, Ernesto murió antes de que se celebrara el matrimonio. ¿Quién podía sustituirlo? Alberto, naturalmente.

Tuvo que abandonar su diócesis y marchar hacia Flandes al frente de un ejército para combatir a los rebeldes holandeses y a los franceses. El cambio de la sotana roja por la armadura se hizo oficial el 13 de julio de 1598. Tras recibir una doble dispensa del Papa, anulando su ordenación y autorizando la boda con su prima hermana, el archiduque Alberto depuso sus vestiduras cardenalicias en el santuario más venerado de Bélgica, el de la Virgen de Halle. Luego, al pasar por Italia camino de España para unirse a Isabel Clara Eugenia, el propio papa Clemente VIII le casó por poderes en Ferrara. ¡Para que nadie dudase que el matrimonio del excardenal era válido!

Cardenal a los 10 años.

Si Felipe II hizo arzobispo de Toledo a su sobrino, Felipe III haría igual con su hijo más pequeño, don Fernando. Pero si en el primer caso se respetaron las formas, el segundo fue una auténtica extravagancia. Desde que el infante Fernando tenía 5 o 6 años comenzaron las maniobras para darle la sede toledana. El papa Pablo V se resistía a nombrar cardenal y arzobispo a un niño de corta edad; esas cosas se habían hecho en el Renacimiento y para hijos de los propios papas, pero ya habían pasado los tiempos en que Roma era Babilonia.

Las presiones del Rey Católico fueron sin embargo irresistibles, y en julio de 1619, Pablo V cedió y nombró cardenal al infante, que acababa de cumplir 10 años. Al año siguiente fue proclamado arzobispo de Toledo. Lo malo no era solamente la inadecuada edad para tan importante cargo –era el primado, es decir, el jefe de la Iglesia española- sino que además estaba claro que el cardenal-infante no servía para clérigo. El archiduque Alberto había mostrado predisposición al estado religioso, pero don Fernando, desde pequeño, apuntaba a la carrera de las armas según opinión generalizada. Además, desde joven mostró un apasionado interés por el sexo opuesto, fruto del cual nacieron varios hijos.

Tan poca afición tenía don Fernando por las cosas de la Iglesia que en toda su vida nunca puso un pie en Toledo, pese a que la ciudad del Tajo está muy cerca de Madrid. No sirve de excusa decir que pronto fue alejado de Madrid para no volver nunca, pues tenía 21 años cuando su hermano, Felipe IV, le nombró virrey de Cataluña; esa edad era la plena madurez en la época, y don Fernando llevaba una década de arzobispo cuando abandonó la corte. Luego ya no tuvo realmente ocasión, pues de Cataluña marchó a Milán de gobernador, y de allí a los Países Bajos para ejercer el gobierno más delicado e importante de la monarquía hispánica y librar dos guerras simultáneas, contra los holandeses y contra Francia, llegando a amenazar París. En el camino ganó la batalla de Nördlingen (Alemania) contra el ejército sueco, hasta entonces invencible, la última gran victoria indiscutible de los tercios españoles.

El cardenal-infante fue un auténtico arzobispo ausente, como un fantasma del que sus feligreses solo conocieron el retrato que aquí publicamos, enviado a Toledo desde Flandes, donde Gaspar de Crayer pintó como un hombre de Iglesia a quien no lo era en absoluto.

Los Borbones.

Cambian las dinastías, pero no los usos, los Borbones hicieron lo mismo que los Austrias. Felipe V quiso convertir a su hijo pequeño en arzobispo de Toledo cuando aún era un niño, exactamente igual que Felipe III. El infante don Luis fue proclamado cardenal por el papa Clemente XIII en 1735, cuando tenía solamente 8 años, y enseguida arzobispo de Toledo y primado de España.

¿No era eso bastante para un niño, por muy hijo de rey que fuera? Parece que no, porque con 14 años acumuló el cargo de arzobispo de Sevilla. Sin embargo, tantas responsabilidades eclesiásticas no sirvieron para despertar en él vocación religiosa. Don Luis no tenía aficiones guerreras como el cardenal-infante don Fernando de Austria, era un ilustrado interesado por las ciencias y las artes, mecenas de Goya en sus comienzos o del compositor Bocherini, pero en lo que sí se parecía, y superaba a su antecesor, era en el amor de las mujeres.

Durante toda su carrera eclesiástica, don Luis llevó lo que tildaban de “vida licenciosa” y, tras morir Felipe V, decidió finalmente colgar los hábitos y casarse, cuando tenía 26 años. Sin embargo, por impedimentos de política dinástica que le puso su hermano Carlos III, no contrajo matrimonio hasta 30 años después, cuando era ya un anciano para sus tiempos. A los 56 años se enamoró de una joven de la pequeña nobleza, Teresa Vallabriga, y se empeñó en casarse con ella, pese a que un matrimonio con persona de tan inferior condición era un sacrilegio en la época del absolutismo.

Fue una boda morganática, que implicaba pérdida de derechos hereditarios para los hijos, pero además Carlos III condenó al exilio de Madrid a don Luis, y prohibió que sus hijos (ver recuadro) usaran el apellido Borbón.

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