Futurismo, la estética del fascismo

28 / 10 / 2014 Luis Reyes
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París, 20 de febrero de 1909 · El poeta italiano Marinetti publica en Le Figaro su Manifiesto futurista. Años más tarde serviría de inspiración a Benito Mussolini.

"Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad... Queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo... Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las hermosas ideas por las cuales se muere y el desprecio a la mujer...”.

Esta inquietante declaración de intenciones parece un catecismo fascista y en realidad lo es, aunque se publicó 10 años antes de que Mussolini crease el fascismo y su autor no era un político, sino un poeta intoxicado de modernidad, de ansias de revolución artística, Filippo Tomasso Marinetti, alma del movimiento futurista. Son algunas líneas escogidas del Manifiesto futurista, su acta de nacimiento, aparecido en febrero de 1909 en Le Figaro de París y varios periódicos italianos.

El futurismo fue un movimiento artístico de rechazo a la estética tradicional. Desde la aparición del impresionismo en el XIX se produjo un torrente de ismos en el mundo del arte, que tenían en común la negación, la deconstrucción del arte clásico. El futurismo, fenómeno genuinamente italiano aunque tuviese seguidores en toda Europa, derivaba estéticamente del cubismo, y fue el primer ismo en autodefinirse y organizarse como un movimiento a través de su Manifiesto, e incluso de un Partido Político Futurista de corta vida, pues se integraría enseguida en el Partido Nacional Fascista.

Los futuristas abominaban del pasatismo (el culto al pasado), querían destruir bibliotecas y museos, que les parecían cementerios, y eran entusiastas del emblema de los nuevos tiempos, la máquina y la velocidad. En esto tuvieron un curioso émulo, el arte de la revolución bolchevique, cuando la maquinaria industrial o la aviación se convirtieron en iconos para los vanguardistas rusos.

Es notable cómo los dos primeros totalitarismos que se implantan en Europa en el siglo XX, el comunismo ruso (1917) y el fascismo italiano (1922), pese a ocupar ideológicamente los extremos opuestos, coinciden en su complicidad con las vanguardias artísticas. En el caso del fascismo, como veremos, será un amor tempestuoso que se mantendrá hasta su trágico final. En la Unión Soviética el romance solamente duraría 15 años, hasta que Stalin optó por el realismo socialista en 1932, pero el triunfo de la Revolución de Octubre trajo una edad de oro para los vanguardistas, el nuevo régimen alentó y dio oportunidades a pintores, arquitectos, cineastas o diseñadores industriales de una arrolladora modernidad, pues se consideraba que su arte revolucionario era otro aspecto de la revolución política. Al fin y al cabo comunistas, fascistas o artistas de vanguardia coincidían en querer dinamitar la sociedad burguesa.

En cambio al nazismo el arte vanguardista le parecía un engendro, y tras subir al poder (1933) organizó la Exposición de arte degenerado para argumentar su rechazo contra todos los ismos, y destruyó unas 4.000 de estas obras. Es posible que esta postura tuviese relación con la fracasada vocación artística de Hitler, cuya pintura era de un romo convencionalismo.

La originalidad o, si se prefiere, la extravagancia del futurismo estaba perfectamente encarnada en su fundador, Marinetti, un escritor enragé al que llamaban la cafeína de Europa. Al contrario que la mayoría de los intelectuales, que son revolucionarios de salón, Marinetti fue capaz de llevar a la práctica sus proclamas de amor al peligro y glorificación de la guerra, pues fue voluntario en tres guerras, la última con ¡66 años!

Belicismo.

En 1914 Marinetti encabezó en Italia el movimiento belicista que no quería que se escapase la ocasión de una guerra –“única higiene del mundo”–. Nada más estallar la Gran Guerra el escritor fue encarcelado por quemar banderas austriacas en la plaza del Duomo de Milán, y en cuanto Italia entró en las hostilidades se alistó, resultó herido y ganó dos medallas al valor. No fue un caso aislado, muchos futuristas se presentaron voluntarios, en unidades como los Exploradores de la Muerte y los Arditi, fueron condecorados, recibieron heridas o murieron en el frente, como el más genial artista del futurismo, el pintor y escultor Umberto Boccioni, o el arquitecto Antonio Sant’Elia, autor del Manifiesto de la arquitectura futurista.

Fiel al credo futurista de pasión por la velocidad, Marinetti comenzó la contienda en un batallón ciclista y la terminó conduciendo un carro blindado en la batalla de Vittorio Veneto. Premonitoriamente había escrito en 1909 en su Manifiesto: “Un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla es más hermoso que la Victoria de Samotracia”. Esa excitante experiencia tenía que reflejarse en el arte de un auténtico futurista, y Marinetti escribió su novela de guerra La alcoba de acero, como haría tras su participación en la conquista de Abisinia en una unidad de camisas negras con Poema africano de la División 28 de Octubre, o en la campaña de Rusia durante la Segunda Guerra Mundial con su obra póstuma Originalità russa de masse distanze radiocuori, un título absurdo imposible de traducir coherentemente.

Mussolini, un oportunista nato que había probado suerte en el socialismo, se inspiró en el futurismo para diseñar muchos aspectos doctrinales y estéticos del fascismo, pero la conexión entre ambos movimientos es aún más clara si sabemos que Marinetti fue sansepolcrista, uno de los pioneros que el 23 de marzo de 1919, en la plaza de San Sepolcro de Milán, formaron los Fasci di Combattimento, núcleo inicial del fascismo. Los futuristas animaron las organizaciones de veteranos de donde saldrían las escuadras de choque fascistas, y fue una extraña familia de matones callejeros y artistas de exquisita sensibilidad estética, la que al mes siguiente asaltó y arrasó el diario socialista Avanti –del que paradójicamente había sido director Mussolini en su etapa socialista– en una de las primeras acciones de violencia política de la nueva organización fascista.

Mussolini llegó enseguida al poder y, a ojos de Marinetti, se aburguesó. Su alianza con la dinastía reinante, que mantuvo la monarquía en la Italia fascista, y con la Iglesia, reconociendo estatuto de independencia al Vaticano, fue rechazada por Marinetti, que intermitentemente se acercaba o se alejaba del poder mussoliniano. No obstante el nuevo régimen se engalanó con la estética del futurismo, y muchos artistas futuristas colaboraron activamente en su propaganda, como Fortunato Depero (ver recuadro), cuyo talento de pintor se empleó a fondo en la publicidad.

Leal al Fascio.

Pero cuando llegó el fin, cuando Mussolini fue traicionado por el Gran Consejo Fascista y por el rey para que Italia se pasara al bando aliado, Marinetti siguió al Duce en su última y suicida cabalgada, la República Social Italiana o República de Saló. El padre del futurismo fue uno de los poquísimos leales al Fascio en su última hora, parte del grupo de desesperados sin más horizonte que el pelotón de fusilamiento. Murió en diciembre de 1944 por secuelas de su campaña de Rusia, y aún gozó de un funeral nacional fascista en Milán, pero si hubiera vivido cuatro meses más quizá habría tenido un final cruel, como Mussolini y sus últimos fieles, colgados por los pies en la plaza de Loreto de Milán.

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