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Españoles en la Gran Guerra

12 / 05 / 2015 Luis Reyes
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Artois, 9 de mayo de 1915. Un millar de legionarios españoles caen en la conquista de una posición. Es la primera vez que se logra romper las defensas alemanas.

Las masacres de Verdún y el Somme aún no habían tenido lugar, pero desde el otoño de 1914 la guerra se estancó y habían aparecido las trincheras, barreras infranqueables contra las que generales sin sentido común lanzarían millones de hombres, sacrificados inútilmente en los siguientes cuatro años. Una nueva arma, la ametralladora, por primera vez utilizada masivamente, segaba las formaciones atacantes en la metáfora más literal de la muerte con su guadaña. En los primeros seis meses de guerra los aliados habían perdido un millón de hombres, la mayoría franceses, y los alemanes, 700.000.

Alemania lanzó dos ofensivas en Flandes, en otoño del 14 y primavera del 15, que se estrellaron frente a las defensas inglesas, y Francia hizo la suya en invierno, en la Champaña, con el mismo resultado. En mayo volvió a la carga en Artois, para los militares franceses había un prurito de honra en reconquistar el territorio nacional tan fácilmente perdido en el primer mes de contienda.

Por fin, el 9 de mayo se logró romper por primera vez las defensas enemigas, pero los que recuperaron el honor nacional francés no eran franceses, eran 4.000 hombres del Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera. Dos mil cayeron para conquistar las Obras Blancas, un diabólico entramado de trincheras y fortificaciones entre el bosque de Berthonval y La Targette, y un millar de ellos eran españoles.

Desde el principio del conflicto el alto mando francés había recurrido a su curtido Ejército colonial, trayendo a defender los campos de Francia a soldados de distintas etnias indígenas, incluso de Madagascar. Pero la élite de las tropas coloniales la constituía la famosa Legión Extranjera, donde la presencia española había sido siempre sustancial. La fundación de este cuerpo en 1831 coincidió con la I Guerra Carlista, y tras la derrota de don Carlos los restos de su Ejército se refugiaron en Francia. Muchos de esos militares exilados, sin medios de vida ni futuro, se alistaron en la Legión Extranjera, formándose un batallón español que se distinguió como la mejor unidad en la conquista de Argelia, por la experiencia que tenían los carlistas en la guerra de guerrillas.

Un siglo después se repetiría la circunstancia de un contingente militar español refugiado en Francia, cuando el Ejército Republicano de Cataluña atravesó los Pirineos en 1938. Encerrados en los campos de internamiento franceses en condiciones pésimas, muchos de esos exilados, de signo ideológico tan opuesto a los carlistas, siguió el mismo camino que estos, de modo que al inicio de la II Guerra Mundial había 7.000 españoles en la Legión Extranjera, la mayoría republicanos. Cuando De Gaulle hizo desde Londres su llamada para que los franceses continuasen la lucha contra Alemania, la mitad de las primeras fuerzas que se unieron a la Francia Libre eran legionarios españoles.

Voluntarios. En 1914 hubo un movimiento mundial de solidaridad con los aliados a causa de las brutalidades cometidas por los alemanes en Bélgica, un pequeño país invadido pese a su neutralidad, donde las autoridades de ocupación fusilaban mujeres y civiles como represalia por la resistencia belga. El Gobierno francés lo aprovechó organizando el reclutamiento de extranjeros que encuadró en la Legión. Eran legionarios atípicos, pues no se alistaban en una fuerza colonial, sino para luchar exclusivamente en Francia y solo durante la duración de la Gran Guerra.

En España las simpatías estaban muy divididas entre germanófilos y aliadófilos, que coincidían con conservadores y progresistas. El cisma alcanzaba a la Familia Real, pues la madre de Alfonso XIII era austriaca mientras que su esposa era inglesa. Alfonso XIII, más bien anglófilo, resolvió el dilema organizando la Oficina de Prisioneros (ver Historias de la Historia, “La primera misión de paz española”, en el número 1.478 de TIEMPO), una organización humanitaria que socorrió ejemplarmente a las dos partes. El Gobierno del conservador Dato proclamó la estricta neutralidad, y las batallas españolas en la Gran Guerra fueron sobre todo en la prensa. No obstante algunos españoles aprovecharon la oferta del Gobierno francés y se enrolaron para combatir en la Legión Extranjera.

Según las fuentes nacionalistas catalanas hubo 12.000, en su gran mayoría catalanes, pero esto no es más que una típica mistificación del nacionalismo. El informe oficial del barón de Lyons de Feuchan a la Cámara de Diputados francesa dice que se alistaron 1.328 voluntarios españoles, de los que murieron 335. Esto no quiere decir que ese fuese el total de legionarios de nuestro país, pues había muchísimos auténticos legionarios españoles, es decir, mercenarios. Merece ser citado un tal Juan Ateca, alistado en la Legión en 1871, que había guerreado hasta en Indochina, legionario truhán que había pasado por compañías disciplinarias, pero de gran bravura en combate y que se reenganchó para luchar en la Gran Guerra con 43 años, haciendo los jefes la vista gorda ante su avanzada edad. Los españoles dieron la talla de grandes soldados que habían mostrado en todas las campañas de la Legión Extranjera. Prueba de ello es que tres cabos españoles fueron escogidos para escolta de la bandera del Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera, la unidad que amalgamó a todos los batallones legionarios, como se puede ver en nuestra ilustración. Era el puesto de máximo honor del regimiento más condecorado del Ejército francés, y el mariscal Pétain opinaba de ellos en la concesión de la Legión de Honor:

“Cabo Andrés Arocas, granadero de élite (...) soberbio por su ardor, coraje y sangre fría; admirado y adorado por sus hombres.

Cabo Fortunato Leva, granadero de élite (...) de una audacia y agresividad extraordinarias, siempre en cabeza dando ejemplo.

Cabo Jaime Dieta, ametrallador de élite (...) modelo de bravura y sangre fría, ha mantenido siempre un magnífica actitud bajo el fuego”. 

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