El último Rey moro

09 / 05 / 2017 Luis Reyes
  • Valoración
  • Actualmente 1 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 1 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Lucena, 21 de abril de 1583. Boabdil, rey de Granada, cae prisionero de los cristianos.

Boabdil entrega las llaves de Granada a cambio del título de marqués de Guadix y un feudo en las Alpujarras

Malos augurios se cernieron sobre el rey de Granada al salir en campaña contra los cristianos. Iba muy galán Boabdil en su caballo blanco, con su larga cabellera rubia asomando bajo un casco adornado de esmaltes y oro, los ojos claros mirando al frente, como si escudriñase el horizonte en busca del enemigo, cuando el asta del estandarte se quebró al dar con el dintel de la Puerta de Elvira. Fue una cruel ruptura del clímax heroico, el desánimo se abatió sobre los 1.600 jinetes y 6.000 infantes que le seguían y habían contemplado la mala señal. Ya en el campo, para colmo, apareció un zorro que, a todo correr, atravesó el ejército nazarí sin que nadie fuese capaz de cazarlo. Si no podían con una pequeña alimaña, ¿cómo iban a vencer a los recios castellanos?

Lo peor es que aquella ofensiva no respondía a una amenaza estratégica cristiana, se hacía solo para ganar prestigio, y todo lo que no fuese un brillante triunfo sería un fracaso. Los castellanos habían tomado Alhama en 1482, rompiendo la tregua de muchos años y dando inicio a la Guerra de Granada, el broche final de la Reconquista. “Cartas le fueron venidas / que Alhama era ganada. / Las cartas echó en el fuego / y al mensajero matara. / ¡Ay de mi Alhama!”, se lamentaba el rey moro en el célebre romance, pero a quien de verdad temía Boabdil, por quien se sentía amenazado, era por su padre y por su tío.

Boabdil había destronado a su padre, Muley Hacén, y le había arrebatado el reino, pero su padre no se conformó y seguía proclamándose rey de Granada. En cuanto a su tío El Zagal, también pretendía la corona y se hacía llamar Mohamed XII (Boabdil era Mohamed XI). Hacía poco El Zagal había batido a los castellanos en lo que sería la última victoria musulmana de la Reconquista, ganando gran popularidad; si quería frenar la amenaza política de su tío, Boabdil necesitaba emularlo con otra victoria. Por eso marchaba a tomar Lucena aquella primavera de 1483. Pero los nefastos vaticinios se cumplirían.

El alcaide de Lucena, Hernando de Argote, avisado de la llegada de los moros, organizó eficazmente la defensa y envió mensajeros a pedir auxilio. Boabdil intentó forzar las puertas de la ciudad, pero fue rechazado con vigor. Buena parte de su ejército se lanzó a hacer correrías por la comarca en busca de botín. La incursión, el pillaje, la razia, era la acción más usual de la guerra fronteriza, pero no era hacer la guerra en serio. Los nazaríes perdieron el tiempo de esta manera y terminaron por hacer capitulaciones con los de Lucena, es decir, buscaron un trato. El alcaide Argote en realidad solo pretendía ganar tiempo para que llegasen los refuerzos, y llegaron.

La falta de nervio del asalto a Lucena se repitió en la lenta retirada de Boabdil hacia Granada, parecía ir de excursión y decidió pararse a almorzar en el Campo de Aras. Allí fue sorprendido por la hueste del conde de Cabra, que había venido en socorro de Lucena. No le quedó al granadino más remedio que aceptar la batalla campal, pero en eso eran mejores los castellanos, que en el primer choque mataron a 30 caballeros moros conocidos como “la flor de la Casa de Granada”. El ejército moro fue empujado hacia el río Pontón de Bidera y se encontró en una trampa donde los castellanos hicieron una carnicería.

Boabdil no era un guerrero de los que pelean hasta morir, poniendo el honor por encima de la vida. Ha pasado a la Historia por llorar como una mujer en vez de luchar como un hombre, según la terrible sentencia de su madre, y ante el desastre solo se le ocurrió huir alocadamente. Ni siquiera supo hacer esto, metió al caballo en el fango de un arroyo y allí lo alcanzó Martín Hurtado, regidor de Lucena, que venía a pie como simple piquero. Boabdil le pidió que no le matase ni maltratase, porque era “persona de gran cuenta en Granada”. Las piedras preciosas de su espada y el brocado de su vestido certificaban su categoría, de modo que acudieron otros soldados del conde de Cabra a disputarle a Hurtado la rica presa. Pidió socorro Hurtado a los de Lucena y estuvo a punto de armarse allí otra batalla, pero entre cristianos.

Puso fin a la trifulca don Diego Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles, que pese a tener solo 14 años estaba respaldado por su honorable título y por lo bien que había combatido. Decidió llevar al prisionero al castillo Lucena, donde se averiguaría quién era y quién tenía derecho sobre su rescate. Lo montó en una acémila, le ató los dedos pulgares y le puso un lazo rojo al cuello en señal de cautiverio. Cuando los otros prisioneros moros vieron llegar a su rey de esta poco heroica guisa, se arrojaron al suelo entre lamentos, por eso se descubrió que el preso era el soberano de Granada. 

Vasallo

A partir de ese momento Boabdil se convertiría en un peón del maquiavelismo político de Fernando el Católico, que lo puso en libertad para provocar una guerra civil entre Boabdil y su padre, Abú Hacén, que había recuperado el trono granadino. El Rey Chico, como apoda la Historia a Boabdil por su falta de talla ante los acontecimientos, firmó un tratado humillante declarándose vasallo de los Reyes Católicos y entregándoles la parte del reino granadino que controlaba El Zagal. Boabdil recurrió incluso a la ayuda militar cristiana frente a su padre o su tío, permitiendo que los Reyes Católicos fuesen apoderándose de las ciudades que apoyaban a sus adversarios. Poco a poco los cristianos iban royendo el Reino de Granada.

Cuando en 1586 atacaron Loja, que era posesión de Boabdil, este pretendió enfrentarse a los Reyes Católicos. Fue de nuevo vencido y apresado, y de nuevo puesto en libertad por Fernando, a quien le era más útil como inepto rey adversario que como prisionero. Seis años después llegó el final definitivo, Isabel y Fernando sitiaron Granada y el débil Boabdil entregó sus llaves a cambio del título de marqués de Guadix y un feudo en las Alpujarras. Era 1492, el final de la Reconquista.

Grupo Zeta Nexica