El Trono del Pavo Real

20 / 12 / 2016 Luis Reyes
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Delhi, primavera de 1739. Los persas saquean la capital del Gran Mogol y roban su legendario trono.

Nader Sah, el invasor persa que robó el Trono del Pavo Real

Salomón “hizo construir un gran trono de marfil que recubrió de oro finísimo –cuenta el I Libro de los Reyes, que afirma– nunca se había hecho cosa semejante en reino alguno”. Cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén y se llevó cautivo al pueblo judío, entre el botín llevaba el famoso trono, usado luego por los reyes de Babilonia. Aunque en algún momento de la Historia el Trono de Salomón desapareció, su áurea maravillosa siguió flotando por Asia, hasta que un soberano musulmán de la India decidió emularlo, ya en el siglo XVII de nuestra era.

Fue naturalmente Sah Yahán, quinto Gran Mogol de la India, en realidad el último de los emperadores mogoles que cumplía con el apelativo de grande, pues a su poderío político unía un refinamiento y una altura de espíritu que expresó protegiendo las artes y la inteligencia. A él se debe el monumento más famoso de la India, el Taj Mahal, tumba de su esposa favorita, pero también expresó su pasión por una princesa persa creando en Cachemira Shalimar Bagh, el jardín más hermoso de Oriente.

El Imperio mogol de la India cumplía ya dos siglos de auténtico esplendor, su corte era “espejo del paraíso en la tierra”, llena de sabios, poetas y artistas, y Sah Yahán quiso dotarse de un trono que evocase al de Salomón, paradigma de los gobernantes sabios, aunque superando su riqueza desaforadamente. ¡Emplearon 1.150 kilos de oro puro y 230 kilos de piedras preciosas! Entre ellas el mayor diamante del mundo, el Kohinoor, de 186 quilates, y el rubí Timur, de 283 quilates. Lo coronaban pavos reales de pedrería  y más que un trono era una joya, la de mayor tamaño y valor de la Historia.

Con toda esta pompa acabaría Nader Qoli Beig, un bandolero persa que cobró triste fama como jefe de una partida de desalmados. Una invasión afgana de Persia iba a cambiar su suerte, pues Nader se enfrentó y venció a los invasores, y tras la campaña el bandido se había convertido en guerrero de fama. En realidad disfrutaba de un genio militar nato y los historiadores de la posteridad le apodarían el Napoleón persa. Por eso, al producirse una disputa por el trono, uno de los príncipes rivales acudió a él y pronto se convirtió en árbitro de los destinos de la monarquía iraní. Además de capacidad militar la tenía política, si por tal se entiende la ambición, la capacidad de intriga y la falta de escrúpulos para eliminar adversarios, así que se convirtió en regente de un Sah niño, al que finalmente reemplazaría en el trono.

Nader Sah

Había nacido el rey de reyes Nader Sah, pero la cabra tira al monte: le obsesionaba un plan, saquear el Imperio mogol de la India, el reino más rico de la época. En la primavera de 1739 invadió la India por el legendario Paso de Khyber con 150.000 hombres, pero el Gran Mogol tenía un millón de soldados. Los números son exageradísimos, pero lo cierto es que había superioridad numérica local; sin embargo Nader Sah tenía armas de fuego mucho más modernas y numerosas que los mogoles. Disponía de mosqueteros a caballo como los ejércitos europeos, y zamburaks, que eran camellos con un montaje para un cañón de reducido calibre. En la batalla de Karnal Nader Sah atrajo al grueso de caballería india a un choque frontal contra su endeble caballería ligera, pero esta se retiró y apareció un frente de artillería y mosquetes que literalmente barrió al Ejército mogol.

El Gran Mogol Mohamed Sah se rindió, y Nader Sah entró en Delhi acompañado por el emperador vencido. Podría haberse negociado una paz en la que la India pagara un alto precio en territorios y riquezas, pero una subida general de precios provocada por el afán especulador de los comerciantes, provocó disturbios y murieron varios soldados persas. La cólera de Nader Sah fue funesta: hizo que los tambores tocaran a asamblea y ante su Ejército desnudó la espada, la blandió en el aire y proclamó la qatl-e-aam (la matanza pública). Comenzó una orgía de asesinatos y violaciones, robos e incendios, y los padres preferían matar a sus mujeres e hijos y suicidarse antes de caer en poder de aquellos crueles vengadores.

El Gran Mogol destronado, Mohamed Sah, tuvo que humillarse y suplicar clemencia a Nader Sah, que después de varias horas de masacre le puso fin enfundando su espada. Habían perecido entre 20.000 y 30.000 indios, sin distinción de edad, sexo o religión, pues pagaron igual musulmanes que hindúes. Pero el horror no había terminado, pues tras la masacre vino el saqueo. Fue sistemático, exhaustivo y largo, muy largo. Durante un mes cientos de fraguas trabajaron fundiendo el oro y la plata de las joyas pilladas. El botín fue tal que hicieron falta 700 elefantes, 4.000 camellos y 12.000 caballos para arrastrar los carros llenos de lingotes de oro y plata y sacos de perlas preciosas, valorados entre los 15.000 y los 20.000 millones de euros. Fue tal su repentina riqueza que Nader Sah eximió a Persia del pago de impuestos durante tres años.

Entre el tesoro saqueado iba el Trono del Pavo Real. Si se había querido hacer de él un símbolo de la grandeza del Imperio mogol, su pérdida significaba realmente el fin de esa grandeza. El Gran Mogol había sido despojado de su Ejército, todas sus riquezas y, lo que es peor, su prestigio. El Imperio se desintegró y la India se convirtió en un país de taifas independientes, lo que en pocos años sería aprovechado por los ingleses para ir dominándola paulatinamente.

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