El Telegrama Zimmermann

17 / 01 / 2017 Luis Reyes
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Berlín, 16 de enero de 1916. El ministro de Exteriores envía un telegrama que empujará a EEUU a la guerra.

Telegrama en clave que descifró Ratoncito

“Mantenernos fuera de la Guerra Europea”. Ese fue el eslogan de campaña con el que Wilson ganó su reelección en 1916. La opinión pública norteamericana era contraria a intervenir en un conflicto tan sangriento y lejano, y haría falta una razón de peso para cambiarla. Imprudentemente, Arthur Zimmermann ministro alemán de Exteriores, la dio: sería el llamado “Telegrama Zimmermann”. Su revelación fue la historia de espionaje más notable de la Primera Guerra Mundial.

El escenario de esta película de espías fue una pequeña oficina del Almirantazgo en Londres, anodinamente llamada Room 40 (Habitación 40). En realidad era la sede del Servicio de Descifrado de la Marina, aunque no la habitaban marinos, sino un puñado de genios excéntricos. El jefe era sir Alfred Ewing, eminente físico y notable dandi que lucía chalecos de piqué blanco y camisas malvas; según el Almirantazgo era “demasiado distinguido para ser puesto bajo las órdenes de un almirante”. ¿Por qué ficharon a alguien que encajaba tan poco en la burocracia naval? Porque tenía como hobby inventar códigos secretos.

Sir Alfred se rodeó de caracteres a su altura. Allí estaba el reverendo Montgomery, acreditado intérprete del pensamiento de San Agustín, por la buena razón de que era también el más prestigioso traductor de obras de teología del alemán. Allí estaba Nigel de Grey, un señorito aristócrata educado en Eton, apodado Ratoncito por su timidez y pequeña talla, excelente conocedor del alemán y el francés. Y cerraba el exclusivo círculo Alfred Dillwyn Knox, alias Dilly, un erudito en papiros del King’s College de Cambridge. Estos tres mosqueteros descifrarían el Telegrama Zimmermann.

La gran ofensiva alemana de 1916 había fracasado en la máquina de picar carne de Verdun, por lo que Berlín decidió dar la batalla definitiva en otro escenario, la guerra submarina total. Inglaterra dependía enteramente de las importaciones para alimentar a su población y a su industria, si cortaban el suministro por mar, Inglaterra pasaría hambre, no produciría nada y tendría que pedir la paz.

La guerra submarina total suponía atacar a todos los barcos, incluso neutrales, que navegasen por un “área de exclusión” tan amplia que hacía imposible la navegación mercante por el Atlántico. Eso podía empujar a EEUU a entrar en guerra contra Alemania, pero Berlín decidió correr el riesgo, aunque tomando precauciones como proponer a México una alianza militar contra EEUU, con la promesa de recuperar Tejas, Arizona y Nuevo México. Se sugería también unir a Japón en la alianza antiamericana.

Pinchado

Por telegrama cifrado el ministro Zimmermann le explicó el plan a su embajador en México, conde Von Eckardt, para transmitirlo al presidente Cárdenas en caso de que EEUU entrase en la guerra europea. A falta de comunicación directa con México, envió el telegrama al embajador alemán en Washington, para que este lo rebotase a México. Para ello utilizó un servicio de buena voluntad que ofrecía EEUU, deseoso de mantener buenas relaciones con todos, el uso del cable submarino americano para las comunicaciones diplomáticas. El Telegrama Zimmermann se envió desde la misma embajada americana en Berlín, con la garantía de seguridad de EEUU. No podía haber medio más seguro.

Castillos en el aire... El cable submarino pasaba por Inglaterra y estaba pinchado por la Marina británica. Y pese a utilizar un nuevo código secreto Ratoncito lo descifró en menos de 24 horas. ¡Era una bomba, uno de los mayores éxitos del espionaje! Habían descubierto la traicionera conspiración de Alemania con un país vecino de EEUU para arrebatarle 1.300.000 kilómetros cuadrados de su territorio. Sin embargo esa bomba no se podía lanzar. Sería reconocer que la Marina británica espiaba las comunicaciones americanas, dando razones al sector de la opinión estadounidense que no quería alianzas con Inglaterra. El espionaje británico se enfrentó a uno de los rompecabezas clásicos del servicio secreto, cómo utilizar una información sin revelar su fuente.

Pinchar un cable telegráfico submarino como había hecho la Marina británica era casi ciencia-ficción en aquella época, pero ahora habría que recurrir a los medios clásicos del espionaje, el agente sobre el terreno, el soborno y la mentira. El Telegrama Zimmermann había ido de Washington a México por línea telegráfica normal, pasando por la oficina de telégrafos de Ciudad México, donde conservaban copias de los telegramas.

Ahí entró en escena un agente secreto llamado en clave Mr. H., cuya identidad nunca se ha revelado oficialmente (años después el embajador británico de la época, sir Thomas Hohler, reclamó para sí el honor, aunque no hay certeza de ello). Mr. H. sobornó a un funcionario mexicano y logró una copia del mensaje, que los ingleses pudieron mostrar a Washington, a la vez que la filtraban a la prensa americana. Para hacer más creíble que el Telegrama Zimmermann había sido robado en México, la prensa británica –manejada por el Almirantazgo– criticó los servicios de información de la Marina “por no haber sido capaces de interceptar el mensaje”. En vez de una medalla, a la Room 40 le dieron un pescozón.

Era tan tremenda la revelación del Telegrama Zimmermann que el público estadounidense creyó que era una falsificación de “la pérfida Albión” para arrastrarlos a la guerra. Esta visión anglófoba fue alimentada por el poderoso grupo de prensa sensacionalista de Randolph Hearst, el que había provocado la guerra de Estados Unidos contra España en Cuba. Sin embargo los hechos vendrían a demostrar a los estadounidenses que Alemania era su enemigo. Los submarinos germanos comenzaron a atacar barcos americanos en febrero de 1917, una de las cosas que anunciaba el Telegrama Zimmermann, y la opinión pública dio un giro radical: de “la pérfida Albión” se pasó a “la pérfida Germania”. Se había abierto la puerta para que Norteamérica convirtiese la guerra europea en guerra mundial.

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