El secuestro del Duque de Enghien

03 / 04 / 2012 11:46 Luis Reyes
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Vincennes, afueras de París, 21 de marzo de 1804 · Luis de Borbón-Condé, príncipe de sangre real, es fusilado tras su secuestro en Alemania por gendarmes franceses.

Dos siglos antes de que Barack Obama enviase a los comandos Delta de la US Navy a liquidar a Osama bin Laden en Pakistán, Napoleón Bonaparte envió a la Gendarmerie d’Élite a secuestrar al duque de Enghien en Alemania, y lo ejecutó sumarísimamente.

Hay un asombroso paralelismo entre estas dos manifestaciones de la “razón de Estado”. En ambas es una campaña terrorista lo que justifica la acción; el objetivo es matar a un individuo que constituye una amenaza para la seguridad del Estado; se pisotea la legalidad internacional con una operación en un país extranjero; se levantan voces críticas. Y por si fuera poco, el caso del duque de Enghien favoreció la proclamación de Napoleón como emperador, mientras que el de Bin Laden supone un rédito favorable para la relección de Obama como presidente de Estados Unidos.

Pero, ¿quién era y qué hizo el duque de Enghien para que lo pongamos al mismo nivel que el peor terrorista de la Historia?

Un príncipe de la sangre.

Louis-Antoine-Henry de Borbón-Condé, duque de Enghien, fue el último vástago (no dejó descendencia) de una de las más señeras familias de la historia de Francia, la Serenísima Casa de Condé. Estaba en la cúspide de la aristocracia francesa, era lo que se llamaba un príncipe de la sangre, es decir, un miembro de la realeza borbónica, con un rango solamente inferior al de la estricta familia real de Francia. Siguiendo la tradición familiar, se había dedicado a la carrera de las armas, y en 1788, con solo 16 años, se convirtió en coronel-propietario del regimiento de Infantería de Enghien.

Solamente duró un año en el cargo, pues tras la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, las tres generaciones de Condés existentes, Enghien, su padre y su abuelo, se convirtieron en lo que se llamaba émigrés (emigrados), es decir, exilados realistas que desde el extranjero maquinaban para restablecer en Francia la monarquía absoluta. El duque de Enghien se incorporó a l’Armée de Condé, el ejército de emigrados que mandaba su abuelo, con el que combatió –con gran valor- en los sucesivos fracasos militares de las monarquías europeas contra la República Francesa.

Tras la paz de Luneville entre Austria y la República (1801), l’Armée de Condé se disolvió y Enghien, que tenía ya 29 años y seguía soltero, cosa insólita en su tiempo, decidió dedicar sus fuerzas a otra causa: un amor imposible. Nueve años antes había conocido a Charlotte de Rohan y se había enamorado locamente de ella, siendo correspondido. Charlotte pertenecía a una casa nobilísima, descendiente de los duques de Bretaña, tenía el tratamiento de alteza y la consideración de princesa extranjera, pero para el viejo príncipe de Condé, abuelo del duque, este debía casarse con alguien de sangre real y no autorizó la boda con Charlotte.

No estaba en el espíritu de aquellos aristócratas del Viejo Régimen oponerse a los designios de sus mayores, pero el duque decidió burlarlos. Se instaló en Ettenheim (Baden), donde vivía exilada su amada, y se casaron en secreto para vivir al fin juntos. Sin embargo la felicidad no les duraría mucho. El Margraviato de Baden era uno de los numerosos Estados alemanes que formaban el Sacro Imperio, aunque ya la dependencia del emperador era teórica y en la práctica eran Estados soberanos. Era ribereño del Rhin y por tanto fronterizo con Francia. La pequeña ciudad de Ettenheim, en concreto, estaba solo a 10 kilómetros de la frontera, lo que la había convertido en un centro atractivo para los émigrés, que siempre estaban haciendo planes para regresar a Francia.

No era esta la razón por la que Enghien se instaló en Ettenheim, como hemos dicho, pero para la policía francesa residir allí lo convertía en sospechoso. La suspicacia era explicable, cuando se vio que la solución militar no servía para derribar a la República, algunos émigrés emprendieron la subversión terrorista. En víspera de Navidad de 1800 intentaron acabar con la vida del primer cónsul Bonaparte, la máxima autoridad republicana, mediante el atentado de la Máquina infernal de la rue Saint-Nicaise. No alcanzaron su objetivo, pero hubo 22 inocentes muertos y 100 heridos.

La repulsa que provocó ese sanguinario atentado aconsejó cambiar de táctica terrorista, y en 1803 un émigré llamado Cadoudal puso en marcha un plan para secuestrar a Bonaparte, combinado con un golpe de mano de dos generales descontentos, Moreau y Pichegru, que debían tomar el poder. La policía francesa descubrió pronto el complot y comenzó a detener conspiradores. El general Pichegru confesó que estaban esperando que llegara a Francia “un joven príncipe” para dar el golpe.

Para la policía el sospechoso ideal era el duque de Enghien. Era un príncipe de la sangre, se había distinguido valerosamente en las campañas contra la República y residía en un nido de émigrés, junto a la frontera. En cuanto a su actividad política, hay discrepancias entre los historiadores. Los bonapartistas que han querido justificar el secuestro del duque de Enghien dicen que seguía siendo un miembro activo de la emigración. Para otros, estaba desengañado de la política y solamente se dedicaba a su amada.

El general Moncey, jefe de la policía, manda un agente secreto a Ettenheim, un suboficial de la Gendarmería que no sabe bien alemán. Oye que el duque se ve con el marqués de Thumery y un tal teniente Schmidt, y cree entender Dumoriez (un general que recientemente había traicionado a la República y se había cambiado de bando) y el coronel Smith, del espionaje inglés. Este nefasto error será la sentencia de muerte para el duque de Enghien.

Bonaparte se reúne con su gobierno. La situación parece grave y hay que tomar decisiones drásticas. En ese gabinete hay dos personalidades extraordinarias, dos maestros de la intriga, el oportunismo y la supervivencia política, son el ministro de Exteriores, Talleyrand, y el de Interior, Fouché, “el vicio apoyado en el brazo del crimen”, definiría a la pareja Chateaubriand. Será Talleyrand quien plantee la operación de secuestro, aunque ello suponga profanar la soberanía de un Estado soberano con el que se está en paz. Fouché la apoya.

La noche del 14 al 15 de marzo, el 22º regimiento de Dragones cruza el Rhin, entra en Baden y aísla la comarca de Ettenheim. Un destacamento de la Gendarmerie d’Élite entra en casa del duque y lo apresa delante de Charlotte, sin que ofrezca resistencia. Rápidamente se llevan a Enghien al castillo de Vincennes, junto a París. Allí es sometido a un consejo de guerra más que sumarísimo, pues no tiene abogado, ni se presentan testigos. En realidad, su pasado de contrarrevolucionario notorio le condena, ha hecho armas contra la República, se le considera un rebelde, un traidor. La sentencia de muerte está prejuzgada.

En la noche del 21 de marzo, la elegante figura de un hombre apuesto, vestido con un frac rojo, gorra de terciopelo y peluca, cae ante la descarga de un pelotón de gendarmes, alumbrados por la luz de un farol, exactamente como Goya pintará años después los fusilamientos del 3 de mayo en Madrid.

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