“El primer rey por fama y gloria”

19 / 01 / 2016 Luis Reyes
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Madrigalejo, Cáceres, 23 de enero de 1516. Fallece Fernando el Católico, rey de Aragón y de Castilla

Lo admiraron en su tiempo y, privilegio de pocos, no tuvo que esperar a morirse para sentir las alabanzas incluso de sus adversarios. Rafael lo eligió como el único monarca moderno retratado en las Estancias del Vaticano y Maquiavelo lo calificó en El Príncipe como “el primer rey de cristianos, por fama y por gloria”.

El extraordinario destino de Fernando el Católico comienza por su propia estirpe, la casa castellana de Trastámara, que subió al trono de Aragón. Su abuelo, don Fernando el de Antequera, que heredó la corona aragonesa por vía materna, era un infante con aspiraciones a rey de Castilla, donde llegó a ser regente, y representa el primer intento de unificación de lo que sería España. El nieto siguió fielmente sus pasos, aspiró a ser rey de Castilla, lo que logró jure uxoris casándose con Isabel la Católica, fue regente a la muerte de esta por la locura de su hija, la reina Juana, y su política consagraría la unidad española. Ya en su tiempo le llamaron “rey de España”, empezando por Maquiavelo.

Notable también, aunque en otro sentido, fue el linaje de su madre, doña Juana Enríquez. Los Enríquez eran la más noble familia castellana, descendientes de un hijo natural del rey Alfonso XI llamado don Fadrique. Pero algunos cronistas, que hacían las veces de la prensa del cotilleo actual, airearon que don Fadrique había tenido su descendencia con una judía sevillana, doña Paloma. La genealogía de Fernando el Católico se convirtió incluso en tema del Romancero, que pretendiendo librar de sangre judía a los Enríquez los presenta frutos de los amores adúlteros de don Fadrique con su cuñada la reina Blanca de Borbón, la bella francesa malcasada con Pedro el Cruel. Historiadores actuales relacionan la supuesta “mancha” en la pureza de sangre del rey con la expulsión de los judíos de España, en la que dan a Fernando el Católico más protagonismo del que antes se le atribuía.

Puntada sin hilo. Fernando nació en 1452 en Sos, una de las Cinco Villas, la comarca de la punta septentrional de Zaragoza, a donde su madre fue expresamente desde Navarra para alumbrar en territorio aragonés. Doña Juana Enríquez no daba puntada sin hilo y quería apoyar los derechos de su hijo a ser rey de Aragón. No le correspondía la corona a Fernando porque tenía un hermano mayor, el príncipe de Viana, fruto del primer matrimonio de su padre. No es de extrañar que cuando el príncipe de Viana murió se dijese que lo había envenenado su madrastra, doña Juana Enríquez, para abrirle camino a Fernando.

El infante Fernando fue proclamado por tanto heredero de Aragón a los 9 años, y a los 16 su padre le otorgó el título de rey de Sicilia. En la Edad Media la corona de Aragón se había expandido por el Mediterráneo, y Fernando entró así en el teatro de Italia, donde sus guerras victoriosas y sus maniobras políticas le convertirían según Maquiavelo en el “príncipe nuevo”, el modelo de gobernante que el escritor florentino desarrolló en El Príncipe.

Pero junto a esa vocación mediterránea, Fernando tenía que mirar también hacia el Oeste, a Castilla. Castilla era el gran reino de la península ibérica, todavía dividida en cinco soberanías (Castilla, Aragón, Navarra, Portugal y Granada); era el más grande, el más poblado y el más rico, y el comercio internacional de la lana merina lo convertía en una potencia económica europea. Dirigido por su padre, Juan II de Aragón, Fernando buscó el trono castellano mediante el casamiento con la heredera de Castilla. Era el primer paso de una política matrimonial que durante medio siglo sería el instrumento de su poderío. Su segundo matrimonio, ya viejo, con la joven Germana de Foix, sobrina carnal del rey de Francia Luis XII, hizo que el francés renunciase a disputarle Italia. El enlace de sus hijos Juan y Juana con los hijos del emperador Maximiliano permitió trazar un cerco estratégico sobre Francia que la neutralizaría durante siglo y medio.

Pero volvamos a su primer ensayo de política matrimonial, la boda con la sucesora de Enrique IV de Castilla. El problema era decidir con cuál, pues la herencia se la disputaban la hija y la hermana de Enrique IV, Juana la Beltraneja e Isabel. Fernando apostó por Isabel, que contaba con el apoyo de la mayoría de la nobleza, y el enlace se celebró en 1469. La novia tenía 18 años y él 17. En realidad Fernando consideraba que, como varón de la Casa de Trastámara, tenía mejor derecho que Isabel a suceder a Enrique IV, de modo que establecieron un pacto matrimonial. Fernando sería el rey titular de Castilla e Isabel, reina consorte.

Sin embargo cuando cinco años después falleció Enrique IV, Isabel dio un golpe de Estado y, aprovechando que Fernando estaba en el extranjero –es decir, en Aragón–, se autoproclamó “reina y propietaria de estos reinos”, mientras que a Fernando lo citaba solo como “legítimo marido”. Fernando se sintió burlado, montó en cólera, amenazó con matar a su esposa y estuvo a punto de estallar la guerra. Pero el padre de Fernando y el cardenal Mendoza, eminencia gris del reino, lo frenaron. Los matrimonios de Estado servían para evitar las guerras entre reinos, no para provocarlas, una lección bien aprendida por Fernando. Se renegociaron las capitulaciones matrimoniales y se llegó a la Concordia de Segovia. Fernando tuvo que conformarse con que Isabel fuese la reina propietaria y tuviese la primacía simbólica, pero en la práctica él intervendría tanto como ella en el Gobierno de Castilla.

Fernando de Aragón empezó a
 ejercer por tanto como rey de Casti-
 lla antes de serlo de Aragón, y cuando un lustro después recibió esta corona a la muerte de su padre, Isabel también intervino en la gobernación de Aragón. Se había inventado el famoso lema “tanto monta”, base de la unidad de las
 Españas. 

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