El Gran señor de las batallas

18 / 06 / 2013 10:29 Luis Reyes
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15 de junio de 1888 · Sube al trono Guillermo II, a quien se considera máximo responsable del estallido de la Primera Guerra Mundial.

No es un personaje de la Guerra de las Galaxias, el Gran señor de las batallas es el apelativo que le daban en Alemania a su emperador Guillermo II... y a él le gustaba, por desgracia para el mundo. Sería una simplificación decir que el káiser fue el responsable de la Gran Guerra de 1914 y sus secuelas, pero si hubo un hombre con poderes supremos que contribuyó más que ningún otro a abrir la caja de los truenos en Europa, ese fue Guillermo II.

Su acceso al trono en 1888 se debió a la muerte de su padre tras solo 99 días de reinado. Recibió así en plena juventud –29 años– un gran país extenso, poblado, rico, industrializado, con grandes cerebros en sus universidades y con el mejor ejército del mundo. La Constitución del Imperio le daba grandes poderes al emperador. Era él, y no el Parlamento, quien designaba al Gobierno y, por si fuera poco, ni Parlamento ni Gobierno tenían control sobre el Ejército, que respondía directamente ante el Gran señor de las batallas.

Pues con todo esto en sus manos, Guillermo II no estaba satisfecho, se sentía frustrado, casi cabría decir estafado... Creía que el mundo se había confabulado contra él para negarle sus derechos. Así de difícil de satisfacer es el capricho de los autócratas, aunque su frustración tenía fundamentos objetivos. La unificación de Alemania en el II Reich no tuvo lugar hasta 1871, después de tres guerras victoriosas. La nueva Alemania irrumpió en la esfera internacional como una gran potencia, con aspiraciones a un imperio colonial como era normal en la época. Sin embargo, para entonces el mundo estaba ya repartido, con Inglaterra y Francia llevándose la parte del león.

El agravio real geopolítico se sumaba a los complejos personales del káiser. Guillermo II se sentía fascinado por París, pero jamás pudo visitarla, los franceses solo miraban a Alemania con ganas de revancha porque les había quitado Alsacia y Lorena en 1870 y nunca invitaron al káiser. Algunos historiadores apuntan como un motivo no confesado del estallido de la Gran Guerra el deseo de Guillermo II de entrar en París como conquistador, ya que no lo podía hacer como invitado.

Otra cuestión que atormentaba a Guillermo era su resentimiento hacia el Príncipe de Gales (luego Eduardo VII). Era su tío y tenían mucha relación desde que Guillermo pasaba de niño las vacaciones con su familia inglesa, pero Eduardo, un dandi bon vivant de enorme éxito social, lo miraba por encima del hombro, como a un sobrino algo pazguato, y nunca se lo tomó en serio como poderoso soberano de una gran nación. El empeño alemán en construir una marina de guerra tan poderosa como la inglesa, cuestión inadmisible para Londres que puso a los dos países en bandos irreconciliables, podría también interpretarse como una sublimación de los berrinches de Guillermo, cuando su tío despreciaba competir con él en las regatas de yates.

Guillermo II parece un caso de personalidad dual, y los psicólogos bucean naturalmente en sus traumas infantiles, que fueron serios. Su parto fue difícil y es posible que se le produjera una lesión cerebral que explicaría sus rabietas; en todo caso provocó la hipotrofia del brazo izquierdo, que se quedó mucho más corto. Esta minusvalía fue su cruz durante toda su vida. Guillermo II, el Gran señor de las batallas, habría sido rechazado en cualquier ejército por su tara.

La superó sin asumirla, a base de fuerza de voluntad y sacrificio logró ser un buen jinete y un gran cazador que sujetaba el rifle con una sola mano, aunque un asistente tenía que accionar el cerrojo para volver a cargar. Y fue capaz de disimular el brazo corto escondiéndolo de la vista de los demás. Es imposible advertirlo en cientos de fotografías, y solamente cuando se examinan los uniformes que usó se comprueba que el brazo atrofiado del káiser no era una leyenda, como puede verse en las fotos de estas páginas.

En su infancia le faltó la figura del padre, siempre en campaña, y estuvo demasiado influido por su madre, la princesa Victoria de Inglaterra, que sentía a la vez rechazo y culpa por la minusvalía de su hijo, del que decía cosas como “es realmente listo para su edad... si no tuviera ese brazo, yo estaría tan orgullosa de él”. Freud diagnosticó que el rechazo de su madre impactó fuertemente en el carácter de Guillermo II. Además, Victoria se empeñó en educarlo como si fuera inglés –le llamaba William–, sin tener en cuenta su situación de heredero alemán, lo que sería una fuente de contradicciones para su personalidad.

Cuando maduró y llegó al poder autocrático, esa doble personalidad tuvo una repercusión histórica que culminaría en la gran tragedia mundial. Guillermo II se movía en y pretendía compaginar dos ambientes absolutamente enfrentados. Por una parte era un amante de las grandezas militares prusianas, disfrutaba con los uniformes, las paradas y las maniobras castrenses, asumía encantado su papel de Gran señor de las batallas y usaba en la política exterior la amenaza de su potentísimo ejército. Era por tanto un belicista patriotero, y esa es la imagen que nos ha llegado de él, a través de incontables documentos gráficos que casi siempre lo presentan como un fiero soldado.

Pero por otra parte estaba íntimamente relacionado con el Círculo de Liebenberg, un cenáculo pacifista compuesto por una crema aristocrática de militares y diplomáticos, capitaneados por el príncipe Philipp von Eulenburg, en cuyo castillo de Liebenberg se reunía. El príncipe de Eulenburg era el mejor amigo de Guillermo II, una especie de mentor desde su juventud, pues le llevaba 12 años, tan influyente sobre el káiser que fue él quien le dijo que nombrara canciller a Von Bülow, el primer ministro que más tiempo le duró a Guillermo II. Los caballeros de la Tabla Redonda de Liebenberg, como gustaban llamarse a sí mismos, eran gente de gustos exquisitos, estetas y francófilos, y satisfacían las inclinaciones artísticas e intelectuales de Guillermo, empezando por Philipp von Eulenburg, que era poeta, compositor, tocaba el piano y cantaba lieder como los ángeles.

La ofensiva de los patriotas.

El choque entre los dos entornos del emperador, el patriótico belicista y el pacifista cosmopolita, era inevitable, y la chispa saltó a raíz de la Conferencia de Algeciras. En 1905 Guillermo II casi provocó una guerra con Francia por la llamada Crisis de Tánger, cuando desafió la hegemonía francesa en Marruecos. Como era típico de su carácter bravucón e inseguro, Guillermo se arrugó luego, y en la conferencia internacional convocada en Algeciras se tragó la concesión de Protectorado de Marruecos a Francia, que quedó vencedora absoluta.

El sector patriótico se indignó con el resultado de Algeciras, y un periodista ultranacionalista, Maximilian Harden, le echó la culpa del fracaso diplomático al Círculo de Liebenberg y su “nefasta influencia” sobre el emperador, lanzando una campaña de ataques contra los pacifistas. El flanco débil de la Tabla Redonda de Liebenberg era, evidentemente, la homosexualidad de muchos de sus miembros (ver recuadro), y por ahí fue por donde atacó Harden, pues la “sodomía” era delito en el Código Penal.

La brutal campaña de prensa –que fue puesta en marcha por el viejo Bismarck– culminó con el llamado escándalo Eulenburg, un proceso judicial que supuso el ostracismo del mejor amigo de Guillermo II. El káiser tuvo que cortar sus relaciones con los pacifistas del Círculo de Liebenberg, lo que supuso que se inclinara hacia los belicistas sin contrapeso.

En 1914, cuando se dio cuenta de a dónde llevaba su política de faroles, quiso dar uno de sus típicos pasos atrás, detener la guerra en el último momento. Cuando ya se había puesto en marcha la invasión de Bélgica que inició las hostilidades dio contraorden, mandó parar a la división 160, que era la vanguardia. Pero el Ejército alemán no estaba dispuesto a renunciar a lo que veía como una marcha triunfal. El jefe del Estado Mayor sacó de la cama al emperador que, en pijama, cedió a sus presiones.

El Gran señor de las batallas no mandaba en realidad sobre el Ejército alemán.

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