El gentleman y la Guerra de España

25 / 10 / 2016 Luis Reyes
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Burgos, 22 de octubre de 1937. Anthony Eden, ministro de Exteriores británico, envía un embajador ante Franco. 

“Instalar un régimen soviético en España”, esa era la pretensión del Frente Popular, según el embajador británico Henry Chilton, en su informe a Londres tras la victoria frentepopulista en febrero de 1936. También avisaba de que se estaba preparando un golpe militar. Resultaban así fundados los temores del Gobierno británico tras el 14 de abril de 1931, que la recién proclamada República resultase “una fase transitoria tipo Kerenski”, enseguida arrollada por la revolución comunista, como en Rusia en 1917.

La etapa del Frente Popular causaría mucha desazón en el Gobierno y el establishment británicos. Una institución tan respetada como el Royal Automobile Club envió una circular a sus socios advirtiendo de que no había garantías para los coches ingleses que entrasen en España. El asesinato de un inglés, director de una fábrica en Barcelona, el 4 de julio de 1936, provocó la indignación británica y se exigieron explicaciones a Madrid. El 13 de julio, mientras el subsecretario del Foreign Office informaba a la Cámara de los Comunes de las garantías dadas por el Gobierno republicano para los británicos en España, se supo que el jefe de la oposición parlamentaria, José Calvo Sotelo, había sido asesinado por agentes de la Policía uniformados.

Aparte de la monstruosidad objetiva del magnicidio, la muerte de Calvo Sotelo afectó personalmente al secretario del Foreign Office (ministro de Exteriores), Anthony Eden, la más exacta encarnación del gentleman en la política inglesa, vástago de la pequeña nobleza rural educado en Eton, que apreciaba mucho al político monárquico español. Y casualmente sería Eden quien iba a decidir en exclusiva la política inglesa ante la Guerra Civil, porque el primer ministro, Stanley Baldwin, abrumado por la crisis constitucional de la abdicación de Eduardo VIII, le había conminado: “Espero que no me moleste con asuntos del extranjero”.

Visión parcial

Desde el primer momento del alzamiento del 18 de julio, Eden tomó partido por los militares, y le explicó a su colega Yvon Delbos, ministro de Exteriores francés, que prefería la victoria de los rebeldes a la de los republicanos. Los sentimientos personales de Eden se veían reforzados por las informaciones fiables que le llegaban de España. La embajada en Madrid y el consulado en Barcelona comunicaban puntualmente las atrocidades que cometían los milicianos en ambas capitales, pero no había diplomáticos británicos en las zonas rebeldes que informasen de la represión, igualmente brutal, que allí se ejerció; el Foreign Office veía, por tanto, solo un lado de la tragedia.

Lo mismo ocurría con la prensa en los primeros momentos, había corresponsales británicos en Madrid, pero no en Granada. Y el mirador que tenía Inglaterra sobre Andalucía –Gibraltar–, se llenó de refugiados de derechas, que transmitían los horrores que habían sufrido en Málaga a los periodistas ingleses de la colonia, que las retransmitían a Londres. Los marinos de la base naval también escuchaban de primera mano los testimonios del “terror rojo” y la Royal Navy se hizo simpatizante de los rebeldes.

En Historia está mal visto explicar los procesos según el factor humano, pero no hay duda de que existen acciones individuales de gran influencia en lo general. Los historiadores coinciden en lo importante que fue la actuación del duque de Alba en los círculos de opinión y poder de Londres. Don Jacobo Fitz James Stuart Falcó, además de un prestigioso intelectual y académico, pertenecía a la más alta nobleza española y británica. No es ya que Churchill le llamara “mi primo”, es que don Jacobo podía llamar “mi primo” al rey de Inglaterra. “Las tranquilas charlas del duque de Alba en el White Club tenían más influencia en el Gobierno que los mítines y manifestaciones de masas” de apoyo a la República, asegura Anthony Beevor.

MI-6

Hay otra señera institución británica que también se decantó por los rebeldes, aunque dada su naturaleza, su actuación quedó difuminada: el Intelligence Secret Service o MI-6. Se conoce bien –incluso hay una película, Dragon Rapide– la peripecia del avión inglés que trasladó a Franco de Canarias al Marruecos español, para encabezar el alzamiento: cómo el millonario Juan March pagó la operación con un cheque en blanco que entregó en Biarritz a Luca de Tena, dueño de ABC, y cómo éste encargó su ejecución a su corresponsal en Londres, Luis Bolín, que alquilaría un avión y recogería a Franco en Las Palmas. Pero pocos saben hasta qué punto estuvo implicado el servicio secreto inglés en el asunto.

El plan del Dragon Rapide (el modelo de avión de Havilland utilizado) se fraguó en una comida en el tradicional restaurante Simpson’s del Strand, donde no permitían entrar a las mujeres. Allí, Bolín se lo planteó a Douglas Francis Jerrold, editor de The English Review y simpatizante del fascismo, quien le puso en contacto con el mayor Pollard, especialista en información durante la Guerra de Independencia de Irlanda, y que en la Segunda Guerra Mundial trabajaría en el SOE, la lucha clandestina en Europa. Pollard estaba retirado del Ejército, pero nunca se salió de la comunidad de los espías y recurrió a un colega del servicio secreto, el capitán Cecil Bebb. Diseñaron la operación con profesionalidad, llevando incluso a la hija de Pollard y una amiga, dos chicas muy guapas, como tapadera. Pese a que el Gobierno de la República no se fiaba de Franco y lo tenía vigilado, nadie podía sospechar de aquel grupo de turistas de lujo en avión privado.

Es imposible pensar que el MI-6 (el servicio secreto británico) no estuviera al tanto de la operación Dragon Rapide. Fuese cual fuese la situación profesional de Pollard y Bebb en aquel momento, por lealtad no podían ocultar al servicio lo que iban a hacer. Pero el MI-6 estaba lleno de Franco’s friends (amigos de Franco), según cuenta Peter Day en el libro del mismo título.

Eden, en su simpatía por los rebeldes, daría dos pasos diplomáticos significativos. Primero, impulsar un Comité de No Intervención que, de hecho, solo sirvió para frenar la ayuda de la República Francesa a la Española, pues Italia y Alemania continuaron la ayuda masiva a Franco, y Rusia, a la República. Luego, reconocer al Gobierno de Burgos mediante el envío de un representante diplomático a la capital rebelde en fecha tan temprana como 1937. A la vez se otorgó oficialmente al duque de Alba el rango de representante diplomático de Franco en Londres, lo que era de facto desde el 18 de julio.

Es significativo que, para esa primera embajada ante Franco, Eden designase a Robert Hodgson, que había desempeñado la misma misión pionera ante el régimen soviético en 1924. Hodgson estaba jubilado del Foreign Office, pero pertenecía también al servicio secreto, y ya hemos dicho que los espías nunca se retiran. En todo momento, como correspondía a un hombre del MI-6, demostró ser un auténtico Franco’s friend

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