El fracaso de “la más noble Cruzada”

12 / 01 / 2016 Luis Reyes
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Dardanelos, 9 de enero de 1916. Las últimas tropas aliadas abandonan la península de Gallipoli

“Eran unos espléndidos jóvenes. Su casi completa desnudez, su altura, su majestuosa y sencilla figura, sus rosados cuerpos quemados por el sol y liberados de toda grasa por el calvario que estaban pasando, todo eso junto producía algo tan cercano a la absoluta belleza como siempre había anhelado contemplar en este mundo”. No se trata de la descripción de un guerrero de la Ilíada por Homero, sino de unos soldados de la Primera Guerra Mundial. Eran los Anzacs, los voluntarios australianos y neozelandeses que luchaban contra los turcos en Gallipoli, tal como los veía el novelista escocés Compton Mackenzie, oficial de la inteligencia británica fascinado por la homofilia.

Pero en enero de 1916 estos modernos Alcibíades estaban tan derrotados como los 300 espartanos del Paso de las Termópilas. Y el precio que pagaron fue aún superior, 10.500 de aquellos “espléndidos jóvenes” de las antípodas se quedaron para siempre en las arenas de Gallipoli, y el total de muertos aliados en la campaña fue superior a los 44.000. Un rotundo desastre y además un sacrificio inútil, pues la operación no sirvió para nada... Algo que sería corriente en la Gran Guerra.

El plan de apoderarse de los Dardanelos, el paso del Mediterráneo al Mar Negro, fue concebido por Winston Churchill y, como todas las suyas, fue una idea brillante, aunque imposible de llevar a cabo. La fortuna le había regalado a Churchill a los 40 años su mejor juguete, la Royal Navy, pues era primer lord del Almirantazgo (la extravagante forma inglesa de decir ministro de Marina). No había en el mundo una máquina bélica semejante, aquella imponente flota hacía de Inglaterra la primera potencia del globo.

La Gran Guerra, tras un mes de arrolladores movimientos del Ejército alemán, se había estancado en la frustrante “guerra de trincheras”. No era situación que aguantase el carácter de Churchill, que enseguida elaboró un plan para forzar los Dardanelos y atacar a Turquía. La idea de golpear al enemigo en “the soft underbelly” (literalmente, el blando bajo vientre, el punto flaco) sería una obsesión para Churchill hasta la Segunda Guerra Mundial. Para tener el control, era una operación naval, con acorazados viejos que no podían enfrentarse a los modernos cruceros alemanes en el Mar del Norte.

En 1915 los rusos pidieron una ayuda que aliviase la presión que sufrían de los turcos, pero las operaciones navales fracasaron, para frustración de Churchill. Entonces se pasó a un plan que incluía el desembarco de una fuerza terrestre importante en la península de Gallipoli, para dominar los estrechos desde tierra. La Fuerza Expedicionaria del Mediterráneo, de 78.000 hombres, tenía una división francesa, dos británicas y dos del Anzac (Australian & New Zealand Army Corps). Eran tropas con buen espíritu, aunque faltas de experiencia, pero el plan de operaciones resultaría pésimo.

Para empezar tenía la oposición frontal del número dos de Churchill, el primer lord del Mar (jefe de la flota), almirante Fisher. Pero el principal defecto de la operación es que daba por hecho que los turcos no ofrecerían mucha resistencia, y nunca se deben hacer planes contando con la colaboración del enemigo. El error del servicio de información fue doble, los turcos serían unos combatientes formidables y además habían guarnecido Gallipoli con muchas más tropas de las previstas.

El plan operativo en sí adolecía de falta de unos objetivos bien definidos, varias veces se cambiaron sobre la marcha; los expedicionarios carecían de buenos mapas (el Estado Mayor usó guías de viajes para la planificación); no había bastante artillería; muchas tropas eran bisoñas; el equipo no era el adecuado; la intendencia funcionó mal, y el general en jefe aliado, Hamilton, no estaba capacitado para la tarea. Añádase el importante factor de la geografía, que se había ignorado, pero que daba siempre una posición dominante a los turcos y convertía las posiciones aliadas en verdaderas trampas, y, por último, una casualidad decisiva: el jefe turco de la zona resultó ser el mejor comandante del Ejército otomano, Mustafá Kemal, luego llamado Atatürk (Padre de los Turcos), el forjador de la moderna Turquía. Todo estaba listo para el desastre.

Errores. Las cosas fueron mal desde el inicio, pues los barcos confundieron el lugar de desembarco de la punta de lanza, una brigada australiana a la que dejaron en un lugar bautizado Cala de los Australianos, que se convertiría en una ratonera. Rodeados de terreno escarpado, con numerosas fuerzas turcas en las alturas, los australianos se ganaron el apodo de diggers (cavadores), por los túneles que tuvieron que excavar para protegerse del bombardeo enemigo. De forma inexplicable los Anzacs no perdieron la moral, eran hombres fuertes, acostumbrados a enfrentarse a una naturaleza salvaje, y tenían auténticas ansias por luchar. Los de las unidades de reserva llegaban a pagar cinco libras (bastante dinero en la época) por intercambiar su puesto con uno de la primera línea.

Enfrente, el Ejército turco sería inferior a los europeos en organización y armamento, pero los soldados otomanos eran durísimos y muy valientes. El choque de virilidades fue terrible, 50.000 hombres morirían luchando por el monte Chunuk Bair, que dominaba la zona. En la brigada de vanguardia australiana no se repartieron medallas porque no quedaban vivos testigos que informasen de los actos de heroísmo. Por todo eso, Churchill llamó a la aventura de Gallipoli “la última y más noble Cruzada”. Churchill sabía encontrar un titular, el periodismo fue su fuente de ingresos durante toda su vida y ganó el premio Nobel de Literatura, pero su excelente frase no podía ocultar un fracaso que era una bola de nieve, cada vez mayor. Los refuerzos llegaban a Gallipoli por millares, pero el plan no tenía arreglo, con un general Hamilton incapaz de enmendarlo o de reconocer el error y sacar a sus hombres del matadero. Al final había empleado medio millón de soldados aliados para nada, encajando entre 150.000 y 250.000 bajas. Otras tantas tuvieron los turcos.

Fue necesario cesar a Hamilton para emprender la retirada en diciembre de 1915, ocho meses después de la llegada. La última unidad, un batallón de Terranova, abandonó Gallipoli el 9 de enero de 1916. El Gobierno liberal de Asquith hizo crisis y se formó uno de coalición, que exigió el despido de Churchill. Bautizado por la prensa “el carnicero de Gallipoli” y atacado por su perro negro –la depresión– Churchill, que había tenido a sus órdenes 300.000 hombres en la Royal Navy, se fue a mandar un batallón de 500 hombres en las trincheras de Flandes. 

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