El Fantasma plateado

28 / 03 / 2017 Luis Reyes
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Alwalton, 27 de marzo de 1863. Nace Henry Royce, hijo de un molinero y creador del mejor coche del mundo.

Lawrence de Arabia en el Rolls Royce Silver Ghost en el que hizo la guerra del desierto

Si hubiese nacido siglos atrás el hijo del molinero se habría llamado Miller (“molinero” en inglés) y habría seguido el oficio de su padre. Pero en 1863 Inglaterra estaba a la cabeza de la modernidad y el progreso, era la primera potencia política y económica del mundo. Sus súbditos, si acreditaban méritos, podían aspirar a todo: el hijo de un molinero podía apellidarse Royce y llegar a ser ingeniero, empresario, millonario y noble.

También tenía inconvenientes la época. El molino de Royce quebró, algo que jamás habría ocurrido en la Edad Media, y los Royce tuvieron que emigrar a Londres, a buscarse la vida como millones de desheredados. El pequeño Henry solo pudo ir un año a la escuela antes de morir el padre; entonces tuvo que vender periódicos y repartir telegramas. Gracias a la ayuda de un tío entró de aprendiz en la compañía ferroviaria Great Northern Railway, donde encontró la pasión de su vida, la mecánica. Trabajó en una fábrica de herramientas y en la Electric Light & Power Company hasta que logró ahorrar 20 libras. Entonces, junto a su amigo Ernest Claremont, que tenía 50, fundó en Manchester su primera empresa, F.H. Royce & Co, dedicada a instalaciones eléctricas en casas particulares. Era 1894 y Henry Royce tenía 21 años.

Diez años después amplió la actividad empresarial a la fabricación de dinamos y grúas eléctricas, abrió una fábrica y rebautizó la empresa como Royce Ltd. En 1901 Henry Royce se permitió un capricho caro, se compró una voiturette De Dion, una especie de automóvil de juguete que fabricaba un aristócrata francés. Eran los balbuceos del automovilismo y Royce no podía quedarse fuera de aquella fiebre, pero ninguno de los coches que se compró le satisfacía plenamente, así que en 1904 decidió fabricarse su propio automóvil en un rincón del taller; luego hizo otro para su socio Claremont y otro más para el director de la fábrica, Edmunds. Quizá habría seguido haciendo vehículos artesanales para sus amigos y empleados, pero Edmunds, socio del Royal Automobile Club de Londres, le enseñó su prototipo a otro miembro, Charles Rolls, que quedó entusiasmado y pidió conocer a Royce. Su entrevista en un hotel de Manchester sería el acta de nacimiento del nombre mítico: Rolls Royce.

El honorable Charles Stewart Rolls era la antítesis de Henry Royce, un aristócrata que había estudiado en Cambridge, un sportman pionero del ciclismo, el automovilismo y la aviación (sería el primer británico muerto en accidente aéreo). Frente a la discreta capacidad de Royce de fabricar productos perfectos, Rolls sería el hombre del glamur.

Ya antes de la asociación, Rolls poseía una showroom (exposición de automóviles) en Mayfair, el más exclusivo barrio de Londres –donde había nacido él, por supuesto–, que era frecuentado por la realeza y la alta sociedad, a la que Rolls podía hablar de tú cuando les aconsejaba sobre los más lujosos automóviles del mercado, naturalmente sin que nadie hablase del precio. A Rolls se debe la idea –hablar de eslóganes es para otra categoría de marcas– de que el ruido del motor de un Rolls Royce esté pensado para no asustar a los caballos, pues él no trataba con nadie que no tuviese una buena cuadra. Una de esas personas, Lord Montagu of Beaulieu, le pediría que el tapón de su automóvil luciese una pequeña escultura representando a su amante, Eleanor Velasco. Del capricho venéreo de un aristócrata nacería así el Espíritu del Éxtasis, el célebre adorno delantero de los Rolls Royce.

La muerte ronda

En diciembre de 1904 se presentó en el Salón del Automóvil de París el primer Rolls Royce 10HP, y dos años después se fabricaron los cuatro primeros Silver Ghost (Fantasma plateado), el modelo más famoso. Como Charles Rolls era el hombre que los vendía se empezó a llamar a los automóviles “rolls”, para abreviar, sin embargo hay que decir que en la fábrica siempre han llamado a sus criaturas “royces”, pues Henry Royce era quien los había parido. De todas formas el honorable Charles Rolls estuvo poco tiempo en la firma Rolls-Royce Limited. Se había comprado uno de los seis primeros aviones fabricados industrialmente, un Wright Flyer, con el que tras realizar muchas hazañas se mató en 1910.

Henry Royce se quedó solo al frente de la empresa que, gracias a Rolls, le estaba haciendo millonario, aunque estuvo a punto de acompañar enseguida a su socio al otro mundo, pues en 1912 los médicos le desahuciaron y le dieron poco tiempo de vida. Pero la enfermedad letal de Royce no era más que exceso de trabajo y comida basura. Simplemente con retirarse a vivir en el campo o el mar se recuperó; viviría hasta 1933. Aunque dejó radicalmente de ir a la fábrica, siguió controlando la fabricación, pues tenían que llevarle los planos donde estuviera para que aprobase cualquier proyecto. En 1928 diseñó el motor de aviación R, gracias al cual la RAF ganaría la Batalla de Inglaterra en 1940, dibujándolo en la arena de la playa de West Wittering ante el asombro de sus ingenieros.

La resistencia que demostró Henry Royce la poseerían sus automóviles. Aquellas maravillas hechas enteramente a mano como obras de arte, todo pura mecánica sin más electricidad que el encendido del motor, con remaches de cobre y apliques de latón que recordasen los yates de sus felices propietarios, habitáculos exquisitos de maderas nobles y tisús de cashemeer para las lámparas, serían no solo los coches más elegantes del mundo, también los más duros. De todos los Rolls Royce fabricados en el siglo XX, el 60% sigue funcionando perfectamente (los tres que usa el rey de España tienen 65 años), y los que han desaparecido ha sido casi siempre por guerras o catástrofes, no porque con la vejez diesen problemas y se mandaran al desguace. “Nuestros coches no se averían, aunque pueden romperse”, decían en la casa Rolls Royce. Aunque costaba mucho romperlos.

“Todos los turcos de Arabia no pueden contra uno de ellos”, alardeaba Lawrence de Arabia de su flota de Rolls Royce Silver Ghost armados para la guerra del desierto, como el de la foto. No es extraño que el extravagante héroe, tras asistir al asalto de Tel ash-Sham por los famosos automóviles, calificara la batalla de “fighting de luxe”, combate delujo, el que se puede hacer conduciendo un Silver Ghost.

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