El estertor de una dinastía
Viena, 21 de noviembre de 1916. Fallece el emperador Francisco José, es el fin de una dinastía milenaria.
La Cripta de los Capuchinos no se abría fácilmente. Cuando el cortejo fúnebre de Francisco José de Austria llamó a su puerta, un fraile preguntó quién era. “Su Majestad Imperial y Apostólica Francisco José, emperador de Austria, rey de Hungría, rey de Bohemia...” el chambelán desgranó todos los títulos de soberanía del fallecido, pero desde dentro dijeron que no lo conocían. El diálogo de sordos se repitió, hasta que a la tercera vez el chambelán dijo: “Un pobre pecador” y las puertas se abrieron.
En realidad era justo lo contrario, ningún “pobre pecador” sería enterrado en la Cripta de los Capuchinos si no pertenecía a la Familia Imperial Habsburgo o Casa de Austria, como se la llamaba en España. Así había sido desde el sepelio del emperador Matías I en 1633, para el que se construyó ex profeso la iglesia de Santa María de los Ángeles de Viena, y así ocurrió por última vez en la Historia esa gélida mañana de noviembre de 1916, cuando los restos mortales de Francisco José fueron depositados en un sarcófago entre el de Sissi, la esposa de la que había estado tan enamorado pero con la que no había tenido un matrimonio feliz, y el de Rodolfo, su único hijo varón.