El cardenal que dominó África

15 / 09 / 2015 Luis Reyes
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Mazalquivir, Argelia, 13 de septiembre de 1505. Tropas españolas enviadas por el cardenal Cisneros se apoderan de la base corsaria

Cisneros, vestido de rojo cardenalicio, en la toma de Orán, fresco de la catedral de Toledo por Juan de Borgoña.

Llegaron por sorpresa, en manada, 17 fustas, toda una flota de esas galeras en miniatura veloces y silenciosas, la embarcación favorita de los corsarios. Nadie los esperaba en la villa valenciana de Cullera porque era la primera vez que los piratas berberiscos osaban atacar a España. Saquearon a conciencia la ciudad y secuestraron a 150 vecinos; su triste destino, un mercado de esclavos de África del Norte. Era el año de 1503, una década después del final de la Reconquista, y se abría una época histórica de más de dos siglos de terror para las costas levantinas y andaluzas.

En plena Edad Media, Alfonso X el Sabio había fijado el objetivo estratégico de ocupar el norte de África, desde donde partieron las cuatro invasiones musulmanas de España, la árabe de 711 y las de los almorávides, almohades y benimerines. Pero ahora, al inicio de la Edad Moderna, la amenaza islámica no sería tanto la invasión como esas incursiones piratas. Había que neutralizar sus bases, dificultar la acción del corso yendo al epicentro de la piratería, Argel, la que sería capital del temible Barbarroja.

Tras el descubrimiento de América, España y Portugal se habían repartido el mundo en el Tratado de Tordesillas, que no solo partió el Atlántico y las Indias, sino también el norte de África. Para Portugal el reino de Fez, para España el de Tlemecén, correspondientes más o menos a Marruecos y Argelia. Con esa legitimación diplomática, el cardenal Cisneros emprendió las operaciones sobre la costa argelina.

Francisco Jiménez de Cisneros, fraile franciscano y arzobispo de Toledo, era uno de esos personajes trascendentales que crearon la Edad Moderna. Fundó la Universidad de Alcalá de Henares, realizó la magna tarea cultural de editar la Biblia Políglota Complutense (ver Historias de la Historia, en el número 1.633 de TIEMPO), fue dos veces regente de Castilla y con su intervención personal –y dineros de su mitra– conquistó Orán, convirtiéndose en el único obispo con jurisdicción en dos continentes. Pero empecemos por el primer asalto.

La expedición. “Fueron 7.000 hombres y más, en 170 navíos de vela”, cuenta el historiador Andrés Bernáldez, llamado el Cura de los palacios. El núcleo de la escuadra concentrada en Málaga eran las galeras de Cataluña y las carabelas de Andalucía, y el mando de la mar lo tenía el almirante catalán Ramón Folc de Cardona. Las tropas de de-sembarco estaban a las órdenes de Diego Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles, título medieval del jefe de una tropa de donceles, jóvenes nobles aún no armados caballeros, que iban en vanguardia del Ejército real.

El objetivo era Mazalquivir, forma españolizada de Mers el Kebir (el puerto grande), un castillo sobre la rada de Orán, nido de corsarios. La flota zarpó de Málaga el 20 de agosto de 1505, pero vientos contrarios retrasaron mucho su marcha. Resultó una ventaja, porque los berberiscos, sabedores del ataque, habían concentrado grandes fuerzas, pero ante la tardanza de los españoles las retiraron, pensando que habían renunciado. Finalmente, el 11 de septiembre llegaron a Mazalquivir. Dos naos vascas, forradas con sacos de lana para aguantar los impactos, atrajeron el cañoneo del castillo mientras desembarcaba la infantería.

El alcaide de los Donceles atrincheró bien a sus tropas, y cuando los moros atacaron para echarlos al mar, fracasaron. Ahí terminó realmente la lucha, los del castillo pidieron una tregua de 24 horas. Si en ese plazo no les llegaban refuerzos, se rendirían, como hicieron al día siguiente. Mazalquivir quedó al mando del alcaide de los Donceles, con 600 hombres, aunque no era más que la primera jugada de la partida. Cisneros tenía los ojos puestos en la cercana ciudad de Orán, pues quería establecer una importante cabeza de puente en Argelia.

El segundo asalto fue cuatro años más tarde, y el propio cardenal participó en él, pues decía que “el humo de la pólvora en la batalla me huele tan bien como el incienso en la iglesia”. Zarpó de Cartagena al frente de 20.000 hombres entre marineros, infantes y jinetes. Mandaba el Ejército Pedro Navarro, antiguo condotiero en Italia y corsario en la mar, luego oficial del Gran Capitán, pero otra vez fue la mano izquierda del alcaide de los Donceles lo que logró un fácil triunfo. A través de un judío llamado Cetorra, compró a peso de oro a los responsables de las puertas de Orán, Abén Canez y El Praybi, que le enviaron las llaves de la ciudad a Mazalquivir, de modo que Orán era ya propiedad española antes de la batalla, que por el poco espíritu combativo de los moros fue casi un simulacro. Pedro Navarro solo sufrió 30 bajas.

Al entrar en Orán el cardenal Cisneros tuvo un gesto torero, dejó su capelo colorado colgando del techo de la mezquita mayor, enseguida reconvertida en iglesia de Santa María, donde estuvo décadas, recordando que Orán y su amplio interland eran parte de la archidiócesis de Toledo. Para premiar al judío Cetorra, Cisneros lo nombró intérprete oficial del Gobierno de Orán, con carácter hereditario. Luego un nieto suyo, Rubén Cetorra, perdería el privilegio familiar, pues espiaba para el Turco y fue ahorcado.

Después de Orán los españoles siguieron ocupando posiciones en la costa norteafricana: el peñón de Argel, Bugía, Túnez y hasta Trípoli, en Libia, aunque no fueron dominios prolongados. En Orán sin embargo se mantuvieron 300 años –con un abandono de 24 años a raíz de la Guerra de Sucesión– librando lo que se llamaba “la guerra perpetua de

Orán”. Cumplía su papel estratégico de amenaza a Argel, refugio para los cautivos cristianos de allí fugados –a Orán pretendía escapar Cervantes– y base de expediciones de saqueo y castigo contra los aliados del Turco, las famosas cabalgadas. Como diría un caudillo moro, la Orán española fue durante siglos “una víbora escondida bajo una roca, que sale y pica mortalmente siempre que tiene ocasión de ello”.

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