El Águila en la jaula

19 / 07 / 2016 Luis Reyes
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Isla de Aix, 15 de julio de 1815. Napoleón se entrega en el buque inglés Bellerophon.

“Me pongo bajo la protección de vuestras leyes, que reclamo a Su Alteza Real como el más poderoso, el más constante y el más generoso de mis enemigos”. Así se dirigía Napoleón, tras el desastre de Waterloo, al príncipe regente, futuro Jorge IV, solicitando asilo político en Inglaterra. Desde el punto de vista actual parece insólito este recurso al archienemigo, es como si Hitler le hubiera pedido asilo a Churchill. Obviamente Napoleón no era una perversión de la Historia como Hitler, sino un gran estadista que asentó, con orden, las conquistas progresistas de la Revolución Francesa y las expandió por Europa, aunque sus enemigos le llamasen el Monstruo, el Ogro y el Tirano. Pero a principios del siglo XIX la guerra era para muchos un asunto de caballeros, había una casta de nobleza de espada residuo del Antiguo Régimen, que encontraba en el adversario un igual social con el que se mantenía la cortesía.

Lo que temía Napoleón era caer en manos de Luis XVIII o de las reaccionarias monarquías austriaca y prusiana. Su primera abdicación en 1814 le había otorgado un estatus de prisionero en jaula de oro en la isla de Elba, donde era soberano y disponía incluso de un minúsculo ejército. Pero tras su fuga de Elba, la expulsión del trono de Luis XVIII en los Cien Días y la batalla de Waterloo, que fue una carnicería, sabía que no podía esperar un trato tan benévolo. Solo tenía dos salidas, los Estados Unidos, su fiel aliado que lo habría acogido con los brazos abiertos, o Inglaterra, el más liberal de sus adversarios.

Con esa idea Napoleón se retiró a la isla de Aix, en la costa francesa, e inició conversaciones a través del capitán del buque inglés Bellerophon, Frederick Maitland, a quien confió la carta al príncipe regente solicitando asilo. Al poco llegó a Aix su hermano José, el exrey de España, que había montado su propia escapada a América y le pidió que lo acompañase, pero Napoleón tendría que haber abandonado a los fieles que aún le seguían y huir disfrazado bajo falso nombre. Ambas cosas repugnaban a su sentido del honor, y además no quería ser cazado por la Marina británica –que dominaba el Atlántico– como el fugitivo más buscado del mundo. Para eso era preferible entregarse directamente a los ingleses, pensando que un país de libertades como Inglaterra sería un tolerable lugar de exilio.

En la madrugada del 15 de julio Napoleón se embarcó en un bricbarca para que lo llevase hasta el Bellerophon. El patrón del bricbarca le propuso burlar al buque inglés y escapar hacia América, pero Napoleón no tenía ánimo para más aventuras. Sin embargo, todavía se produjo una, pues otro navío inglés, el Superb, intentó capturarlo. Napoleón era la presa más importante del mundo, y cualquier capitán daría un brazo por ser quien lo llevara a Inglaterra, de modo que el Bellerophon tuvo que luchar por lo que le pertenecía, interceptando la maniobra del Superb, pese a que en este último iba el almirante Hotham, superior del capitán Maitland.

Cuando Napoleón pisó por fin la cubierta del Bellerophon, se quitó su famoso sombrero, que había sobrecogido a Europa, y dijo ceremoniosamente: “Me pongo bajo la protección de vuestro príncipe y vuestras leyes”. La guardia de infantería de marina le saludó y el capitán Maitland le hizo una respetuosa reverencia. Luego le acompañó en un recorrido por el barco, como si fuese una autoridad de visita, hasta su propia cámara, la mejor habitación a bordo, que sería el alojamiento del huésped.

Cortesía

 El trato respetuoso y cordial agradó a Napoleón y a su séquito, que además de un puñado de generales veteranos incluía la esposa de uno de ellos y el hijo de otro. Al día siguiente el almirante Hotham, el que había intentado capturar a Napoleón, se presentó en el Bellerophon, pero no para reclamar al prisionero, sino para tomar parte en un banquete que los marinos ingleses ofrecieron a Napoleón. Este incluso le devolvió la cortesía al almirante, visitando el Superb como un invitado de alcurnia.

Todo parecía ir sobre ruedas, respondiendo a las esperanzas que Napoleón había puesto en los ingleses. Inglaterra fue su más constante enemigo, mientras las demás potencias –Austria, Prusia, Rusia y España– habían sido aliadas de Napoleón en algún momento, Londres urdió una y otra coalición contra Francia. Sin embargo, ideológicamente era el más cercano a los ideales de Bonaparte, que venían de la Revolución Francesa. Las demás potencias eran monarquías absolutas sin paliativos, mientras que Inglaterra, con su sistema parlamentario, era el modelo para las democracias republicanas.

“Inglaterra es el único país con grandes ideas liberales”, decía Napoleón, que ya cuando abdicó la primera vez en 1814 había solicitado permiso para “retirarse” allí a lord Castlereagh, ministro de Exteriores británico. Contaba con visitar Gran Bretaña “para estudiar las importantes instituciones liberales de ese país”. En contrapartida, Napoleón gozaba de muchos admiradores británicos, particularmente de whigs (seguidores del partido liberal, en la oposición) y de oficiales de la Armada. Durante su exilio en la isla de Elba recibió numerosos visitantes whigs, y su cordial trato con la Royal Navy hizo correr el rumor de que un buque de guerra inglés le había facilitado escapar de Elba, cuando volvió a Francia para los Cien Días.

El Bellerophon fondeó en Plymouth al llegar a Inglaterra, pero su capitán recibió orden de que Napoleón permaneciese a bordo y que no permitiese que nadie subiera a visitarle, pues se había producido una especie de fenómeno fan. El Bellerophon se veía rodeado de docenas de embarcaciones de admiradores de Napoleón, que conversaba animadamente con ellos desde la amura.

Se produjeron dos angustiosas semanas de espera, y el 31 de julio Napoleón recibió una noticia que era un mazazo: no se le permitía un dorado retiro en Inglaterra, sino que lo exilaban al sitio más recóndito del mundo, a la isla de Santa Helena, a 2.000 kilómetros del lugar habitado más cercano. Tan lejos estaba que el Bellerophon no podía hacer esa travesía, y Napoleón fue trasladado al Northumberland, que el 7 de agosto de 1815 inició una larguísima travesía hacia su isla-prisión.

Como si este triste final hubiera echado una maldición sobre el Bellerophon, el buque fue inmediatamente retirado del servicio activo y reconvertido en barco-prisión. Significativamente lo rebautizaron Captivity, Cautividad. 

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