Cuando los españoles ocuparon París

03 / 05 / 2017 Luis Reyes
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París, abril de 1593. Los Estados Generales rehúsan dar la corona de Francia a la hija de Felipe II.

La infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II e Isabel de Valois, por Sánchez Coello (Museo del Prado)

Un monje dominico apuñaló a muerte al rey Enrique II. Era la venganza por el asesinato del duque de Guisa, atraído traicioneramente por el rey a su castillo de Blois. El indigno monarca incluso había profanado el cadáver dándole una patada en la cara después de que sus guardias le asesinasen. Esos terribles sucesos eran el ápice de la Guerra de los Tres Enriques, la pugna entre tres pretendientes al trono de Francia del mismo nombre de pila: Enrique II de Valois, rey titular pero sin control sobre su país; Enrique duque de Guisa, jefe de la poderosa Liga Católica; y Enrique de Borbón el Bearnés, caudillo de los protestantes, pues el conflicto era parte de las llamadas Guerras de Religión que asolaron Francia en la segunda mitad de siglo XVI.

Tras el doble asesinato Enrique de Borbón se quedó solo en la escena, pero no le sirvió de nada. París, ciudad católica, le cerró sus puertas, y sin París no se podía ser rey de Francia. El ejército protestante la sometió a un rígido bloqueo, y sobre París se abatió un hambre mortal, se llegó a decir que las madres se comían a sus bebés. Entonces Felipe II,que desde hacía tiempo apoyaba a la Liga Católica en las Guerras de Religión, decidió ir al socorro de París.

La religión era solo un pretexto, España y Francia eran los dos únicos rivales por la hegemonía europea desde los albores de la Edad Moderna. Francia era la nación más grande, poblada y rica de Europa, pero España era un imperio no solo por haber descubierto América, la llamada Monarquía Católica tenía posesiones por el Viejo Continente que precisamente rodeaban a Francia: el Milanesado por el Sur, el Franco Condado por el Este y Flandes al Norte.

Desde Flandes, París quedaba a tiro para los tercios españoles, aunque la rebelión protestante en los Países Bajos tenía demasiado ocupados a los españoles. Cuando llegó la orden de Felipe II de invadir Francia, el gobernador de los Países Bajos, Alejandro Farnesio, nacido en Madrid y sobrino de Felipe II, maldijo con rayos y truenos. Tenía prácticamente dominada la rebelión, solamente resistía la provincia de Holanda, pero sabía que rebrotaría si sacaba los tercios de Flandes. Pero órdenes son órdenes, y en el verano de 1590 traspasó la frontera franco-flamenca y marchó sobre París. Llevaba 14.000 infantes y 3.000 jinetes, aunque como ocurría siempre solo una minoría de los soldados, la élite, eran
 españoles.

Enrique de Borbón fue a cortarle el paso con un ejército superior en número, pero con una serie de brillantes fintas Farnesio, en gran estratega, dribló al ejército protestante, cruzó el Sena por un puente de barcas improvisado por sus zapadores, y se sirvió del río como muralla que fijó al enemigo, mientras él rompía el cerco y llegaba a París. Los españoles fueron recibidos como salvadores por sus habitantes, aunque esa noche los protestantes intentaron asaltar París escalando las murallas. Los nuevos defensores lo rechazaron fácilmente; mientras los españoles guarneciesen la plaza, París estaría a salvo. El problema era que Farnesio tenía prisa por volver a los Países Bajos, donde, como temía, se había reavivado la rebelión. Finalmente abandonó la capital francesa, pero dejó una fuerte guarnición española que con el tiempo, según se prolongaba su ocupación de París, se vería en problemas con el vecindario.

Elección

A todo esto Francia estaba sin rey. Tras más de tres años de trono vacante, los Estados Generales (equivalentes a nuestras Cortes) se reunieron en París para elegir soberano en enero de 1593. El duque de Mayena, que había sucedido al de Guisa al frente de la Liga Católica, se postuló a sí mismo, pero el cardenal Pellevé, arzobispo de Reims y uno de los jefes más influyentes de la Liga, dio la campanada presentando la candidatura de... ¡Felipe II! Naturalmente, la propuesta de darle al rey de España la corona de Francia tuvo fuerte oposición y por París comenzaron a circular panfletos denunciando al “catolicón mixto”.

En marzo llegó a París el duque de Feria, embajador extraordinario de Felipe II, con una propuesta menos lacerante para el orgullo francés, la candidata al trono sería la infanta Isabel Clara Eugenia, hija del rey de España y de su tercera esposa, la princesa francesa Isabel de Valois. Desde el punto de vista dinástico, Isabel Clara Eugenia era impecable, genuina representante de la Casa Real de Valois y nieta de un rey de Francia, además contaba con el decidido respaldo de la región de Bretaña. Por desgracia, en Francia regía la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres. Aunque el duque de Feria argumentara frente a los Estados Generales que “todo lo de la Ley Sálica fue invención”, y que le ofreciese el oro y el moro al duque de Mayena para lograr su apoyo, la candidatura española no prosperó. Tampoco tenía posibilidades el duque de Mayena sin el apoyo español, se estaba en un callejón sin salida.

Enrique de Borbón reaccionó entonces con enorme oportunismo: puesto que la mayoría de los franceses quería un rey católico, renunció al protestantismo con la célebre frase “París bien vale una misa”. Además, una adecuada operación de propaganda le presentó como el candidato de la paz, lo que en realidad resultó cierto. Su subida al trono como Enrique IV supondría el final de las Guerras de Religión.

Enrique de Borbón no logró vencer militarmente a los españoles que se habían metido en el corazón de Francia, pero lo hizo políticamente, porque la Liga Católica le retiró el veto y el mismo Papa le bendijo. París le abrió sus puertas y entró al frente de sus tropas cuando todavía estaba dentro la guarnición española. Podría haber desembocado en una lucha terrible por las calles de París, pero el Bearnés negoció sensatamente con el duque de Feria para que los españoles abandonasen decorosamente la capital de Francia.

Era el final del sueño de Felipe II de ocupar el trono francés como había hecho con el de Portugal, y era el principio de una nueva dinastía en Francia, la Casa de Borbón, que terminaría por reinar también en España. Pero esta historia de la Historia tiene un colofón: seis años después de subir al trono, Enrique IV, el tercero de los Tres Enriques, sufrió la misma suerte que los otros dos, murió bajo el puñal de un asesino.

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