}

Cruzada en Rusia

21 / 07 / 2015 Luis Reyes
  • Valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Madrid, 13 de julio de 1941. Parte el primer contingente de la División Azul hacia el frente ruso.

El mundo hizo una pirueta extraordinaria con la invasión nazi de Rusia. Hasta ese momento Hitler y Stalin habían sido aliados, pero aquel nuevo frente de hostilidades le permitía a Franco cuadrar el círculo, podría entrar en la Segunda Guerra Mundial con el bando ganador –nadie dudaba entonces de la victoria nazi– sin que eso supusiera enfrentarse a Inglaterra, que amenazaba con ocupar las Canarias si España se convertía en enemiga. Veinticuatro horas después, en consejo de ministros reunido en El Pardo, se decidió el envío a Rusia de una División Española de Voluntarios. No parece que fuese una improvisación, la retranca gallega de Franco debía tenerlo pensado, aunque le dejó el papel de vocero a su cuñado, Ramón Serrano Suñer, al que tenía de ministro.

“¡Camaradas, Rusia es culpable!”, dijo en su célebre arenga Serrano Suñer al día siguiente, ante una manifestación falangista, y añadió una sentencia escalofriante: “El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa”. Esa era la misión sagrada que la demagogia fascista le encomendó a la juventud de la posguerra, a aquellos que no habían llegado a empuñar las armas en la Guerra Civil y envidiaban la gloria ganada por sus mayores. Para la cultura pacifista actual resulta incomprensible, pero aquellos eran tiempos de hierro donde se santificaba la violencia, independientemente de la ideología. Los jóvenes falangistas respondieron con generosidad a la llamada.

Dionisio Ridruejo, famoso intelectual falangista que durante la Guerra Civil se había dedicado a propaganda, sin pegar un tiro, y tenía por ello un complejo de inferioridad, lo sublimó alistándose de soldado raso “sin privilegio alguno, sin valimiento de nuestras circunstanciales categorías políticas o sociales”, buscando “los enriquecimientos inherentes a la humana y suficiente desnudez”, según escribe con poética prosa en Casi unas memorias. No tenía la misma motivación Agustín Aznar, consejero nacional del Movimiento como Ridruejo –y herido junto a él en Rusia–, pues en la guerra acometió grandes hazañas, como intentar liberar a José Antonio. Y junto a ellos había otros altos jerarcas de Falange, consejeros nacionales, jefes provinciales, incluso el secretario nacional, Gutiérrez del Castillo, y el jefe del Sindicato Español Universitario (SEU), José Miguel Guitarte.

Para el plan de Franco era imprescindible este color azul falangista, como bien entendió el ministro secretario general del Movimiento, Arrese, que inventó lo de División Azul. Alemania había solicitado que la contribución española fuera de militares de carrera y soldados entrenados, pero Franco temía que la implicación directa del Ejército español convirtiese aquello en una alianza militar convencional. La muchachada falangista le daría en cambio un carácter juvenil y aventurero, de cruzada ideológica frente al comunismo independiente de las alianzas entre Estados. Incluso se inventó un uniforme ad hoc, con traje caqui, camisa azul falangista, boina roja requeté.

La afluencia de voluntarios permitió formar enseguida una división de 18.000 hombres, con oficialidad de militares también voluntarios. Se nombró jefe al general Muñoz Grandes, un republicano reciclado en falangista, que había fundado la Guardia de Asalto, el instrumento de seguridad más leal a la República. Siempre se ha dicho que entre los divisionarios había muchos rojos, deseosos de lavar sus culpas. Un caso paradigmático fue el de Luis Ciges, luego famoso actor. Su padre, Manuel Ciges, era un conocido escritor republicano, amigo de Azaña y gobernador civil de Ávila, donde le sorprendió el alzamiento. Los rebeldes le dieron “el paseo”, es decir, lo llevaron de noche al cementerio y le pegaron un tiro en la nuca. La familia quedó estigmatizada, pero cuando volvió de Rusia Luis Ciges ya no era el hijo de un rojo ejecutado, sino un divisionario que pudo ingresar en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, donde empezó su carrera de cineasta.

Coñac y tabaco. La División Azul se puso en marcha en tiempo récord, el 13 de julio salió la primera expedición de la Estación del Norte de Madrid. Como despedida les regalaron 3.000 cajetillas de Players y Philips Morris y 862 frascos de coñac Romate, 16.000 pesetas de la época, no tiraron la casa por la ventana. Pero los divisionarios cobrarían doble sueldo, alemán y español –baremo de la Legión–, y a sus familias les daban doble cartilla de racionamiento.

El choque cultural con los alemanes fue notable. La Wehrmacht rebautizó a la unidad para diluir su fuerte identidad. Perdió el romántico apelativo de “azul”, referencia a su esencia falangista, y se convirtió en la División 250, compuesta por los regimientos 262, 263 y 269, simples números de varios guarismos, lo ideal para el anonimato en la masa de dos millones y medio de hombres que había invadido Rusia. Los despojaron de su variopinto uniforme y adoptaron el alemán con un solo detalle particular, un escudo con la bandera española en manga y casco, como otras unidades extranjeras. Pero el uniforme no era el mismo que habían hecho famoso los conquistadores de Europa, sino uno más barato y menos vistoso, como para una Wehrmacht de segunda, aunque es cierto que los divisionarios no lo trataban con la reverencia de los alemanes. Lo primero que hicieron con la vestimenta antigás, que se portaba en estuche plano, fue tirarla, porque en opinión unánime aquella “carterita” era ideal para guardar las cartas y periódicos que mandaban de España.

Grupo Zeta Nexica