Covadonga, el principio de todo

29 / 06 / 2017 Luis Reyes
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Don Pelayo vence a los musulmanes y es proclamado primer rey de Asturias. Es el comienzo de la Reconquista.

Don Pelayo arenga a su gente en la gruta de Covadonga, típica pintura histórica del XIX por Luis Madrazo. Foto: Museo Nacional del Prado

El valí Munuza era el gobernador de las Asturias, un territorio poco importante en la periferia del Emirato. Su capital, Gigia (Gijón), se encontraba muy lejos de Córdoba, tanto en distancia como en esplendor, el país era montañoso y rudo, y sus habitantes tenían fama de insumisos desde tiempo de los romanos. Pero el poder siempre ofrece compensaciones, y Munuza se encaprichó de una bella cristiana, Ermesinda, hija del que había sido duque de Cantabria en la monarquía visigótica. La joven era de difícil acceso, pues la guardaba celosamente su hermano, un tal don Pelayo, guerrero de armas tomar. Munuza lo quitó de en medio enviándolo con excusas a Córdoba, y aprovechó su ausencia para tomar como esposa a Ermesinda. Cuando Pelayo regresó, indignado por el ardid de Munuza, se llevó a su hermana y huyeron a las montañas, declarándose en rebeldía.

Lo que acabamos de relatar no es la banalización del inicio de la Reconquista para una serie televisiva, es lo que cuenta la Crónica Rotense, escrita por orden del rey de Asturias Alfonso III el Magno en la segunda mitad del siglo IX. Poner a una mujer codiciada en el origen de un conflicto no resultaba extraño, al fin y al cabo la guerra más famosa de la Antigüedad, la de Troya, empezó con el rapto de Elena.

La Crónica Rotense es uno de los tres documentos llamados Crónicas Alfonsinas, las más antiguas fuentes históricas para los principios de la Reconquista, en donde se cuenta ese hecho fundacional que es la batalla de Covadonga. Actualmente hay historiadores que niegan la existencia de la batalla de Covadonga y del mismo don Pelayo. El relato está, efectivamente, cargado de elementos fabulosos, empezando por una intervención sobrenatural, la de la Virgen que auxilió a los cristianos. En una época de intensa religiosidad como la Edad Media eso era plausible para todo el mundo, pero hoy no podemos admitirlo como realidad. Tampoco son creíbles las cifras que se manejan, un ejército de 190.000 sarracenos enviados desde Córdoba para aplastar a don Pelayo y su puñado de hombres, y mucho menos que todos los moros pereciesen.

Las crónicas musulmanas del siglo IX no mencionan ninguna batalla de Covadonga –lo que también podría interpretarse como la ocultación de una derrota– pero sí hablan de don Pelayo y su rebeldía. “Pérfido bárbaro”, se le llama en Fath al-Andalus (Crónica de la conquista de España), y cosas peores, como “asno salvaje”, le dicen otros cronistas árabes. El caso es que estos historiadores musulmanes reconocen que el tal Pelayo mantenía una resistencia contra el poder del Emirato entre las montañas de Asturias, aunque le quiten importancia diciendo que solo tenía 30 hombres y 10 mujeres, y que se alimentaban de la miel que encontraban entre las rocas.

La insurgencia

Si abandonamos los prejuicios tanto nacionalistas como negacionistas, si expurgamos las crónicas cristianas o árabes de sus elementos fabulosos, y si tenemos en cuenta diversas evidencias arqueológicas o toponímicas, se puede establecer un relato coherente de lo que sucedió en Covadonga hace 13 siglos. La situación en España una década después de que Tarik cruzase el estrecho que lleva su nombre –Gibraltar– era de un dominio musulmán extendido por toda la península, pero superficial. Los invasores moros eran pocos, pero las querellas internas hicieron que la monarquía visigótica se derrumbase al primer embate. Los hispano-godos aceptaron en general al nuevo poder, y nobleza e Iglesia colaboraron con él, incluido el poderoso arzobispado de Toledo.

Sin embargo había quienes rechazaban la sumisión, y en las zonas periféricas, en las sierras agrestes, se formaron núcleos de resistencia animados por nobles, guerreros y clérigos huidos del control musulmán. Uno de esos núcleos fue el de Cangas de Onís, una población encajonada entre las montañas asturianas, donde los rebeldes eligieron como caudillo a don Pelayo. Por sugerente que resulte la pasión del valí Munuza por la bella cristiana Ermesinda, la causa del enfrentamiento de los de Cangas con los moros fue más bien su negativa a pagarle tributos al valí.

El valí recurrió a Córdoba en vista del estado de insurgencia que se había producido en Cangas de Onís, y el emir envió una expedición de castigo, aunque no tenemos forma de saber la entidad de la tropa expedicionaria, en todo caso sería suficiente para que los rebeldes de Cangas abandonaran su población y subieran a los montes para intentar hacer guerra de guerrillas. En aquella época el Emirato de Córdoba había invadido el sur de Francia, lo que necesariamente absorbería la mayoría de sus fuerzas. Las Crónicas Alfonsinas hacen intervenir además a un insólito personaje en la expedición de Covadonga, el obispo Oppas de Toledo, hijo de un rey godo pero totalmente entregado a la colaboración con los musulmanes. El obispo se entrevistó con don Pelayo para hacerle volver al redil, lo que muestra que los moros intentaban negociar, indicio de que no eran muy fuertes militarmente.

Batalla, encuentro o escaramuza, un choque se produjo en las cercanías de Covadonga, y los moros no consiguieron vencer a los insurgentes. Incluso fue hecho prisionero el traidor Oppas, según la Crónica de Albelda. Pero la consecuencia más importante de Covadonga fue la proclamación de don Pelayo como soberano en el mismo campo de batalla, según la costumbre militar germánica de alzarlo de pie sobre su escudo. La explanada que hay junto a la gruta de Covadonga se llama desde tiempos inmemoriales “Repelao”, que es apócope de “Rey Pelayo”.

El título que le dieron sus guerreros a Pelayo no fue en realidad el de Rex (rey), sino el de Princeps (príncipe), pero lo cierto es que de Covadonga salió una nueva monarquía, la de Asturias, que proclamó la primera soberanía peninsular cristiana frente a los musulmanes, y que enseguida empezó el proceso de expansión que conocemos como Reconquista. Solamente 17 años después de Covadonga subió al trono Alfonso I, yerno de don Pelayo y tercer rey de Asturias, que mandó construir un santuario en la gruta dedicado a la Virgen, estableciendo así que Covadonga fue el principio de todo.

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