Cabezas cortadas

28 / 06 / 2016 Luis Reyes
  • Valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Bujara (actual Uzbekistán), 17 de junio de 1842. Los enviados británicos Stoddart y Conolly son decapitados.

El Estado Islámico hace vídeos de la degollación de rehenes occidentales y los coloca en las redes sociales, una perversa combinación de barbarie y modernidad. En realidad hay precedentes de esa forma de desafiar a Occidente. Hace casi dos siglos un remoto emirato musulmán del Asia Central arrojó dos cabezas cortadas a la cara del Imperio británico, entonces potencia hegemónica mundial y máximo representante de la cultura cristiana en tierras exóticas.

Las cabezas cortadas eran las de dos imperialistas, como se llamaba en el XIX, sin ningún matiz negativo, a los hombres audaces, duros y emprendedores que construyeron los imperios coloniales europeos. El capitán Conolly y el coronel Stoddart pertenecían a esa raza capaz de hacer guerra y negocios en cualquier latitud.

Arthur Conolly era de vieja estirpe irlandesa, aunque nació en Londres y era protestante. Evangélico, para ser más preciso, lo que implicaba un extraordinario fervor religioso y las ansias de extender el cristianismo entre los infieles y luchar contra la esclavitud. A los 16 años zarpó para la India y entró al servicio de John Company, es decir, la Honorable Compañía de las Indias Orientales, sociedad mercantil fundada en 1600 que entre mediados del XVIII y del XIX llevaría a cabo la conquista de la India. Aunque era una empresa privada con su propio ejército mercenario, actuaba de acuerdo con el Gobierno de Su Majestad y tenía el refuerzo del Ejército británico cuando era necesario.

Conolly se alistó como teniente en la Caballería de Bengala, un regimiento de John Company, pero enseguida se convirtió en oficial de inteligencia. Con 22 años realizó un viaje de exploración y espionaje desde Moscú a la India, pasando por el Cáucaso, Asia Central, Persia y Afganistán, que le llevó año y pico y recogió en un libro. El género de viajes era muy apreciado en la época y Conolly se hizo popular. Sin embargo, el escrito que le haría entrar en la Historia fue una carta a su compañero de armas y gran orientalista Henry Rawlinson, en la que definió lo que debería ser la política británica en Asia durante un siglo y la bautizo “el Gran Juego”.

En 1841, disfrazado y usando el nombre de Khan Alí (deformación de su propio apellido) partió en una misión secreta al Kanato de Khiva (actual Uzbekistán). Se trataba de poner en práctica una fase del Gran Juego por él diseñado, negociar con los emiratos uzbekos para impedir que cayeran en manos de los rusos, crear en Asia Central varios Estados-tapón que impidiesen a Rusia acercarse a la India. De Khiva pasó a Kokand (actual Tayikistán) y allí recibió una carta enviada desde el infierno... el grito de socorro del coronel Stoddart.

Charles Stoddart, aunque prácticamente de la misma edad que Conolly, era superior en grado militar y además pertenecía al Ejército británico, donde había desempeñado puestos de Estado Mayor. Pese a ello, o quizás por eso mismo, estaba mucho menos capacitado que Conolly para realizar una misión diplomática similar en el Kanato de Bujara (Uzbekistán). Ignorante de las costumbres, Stoddart empezó por ofender gravemente al emir, Nasrulah Kan, pues en el primer encuentro no se bajó del caballo para hacerle una reverencia, como era obligado, sino que lo saludó militarmente enhiesto en su montura.

El Pozo de los chinches

La altivez del inglés continuó en los siguientes días, hasta que Nasrulah Kan, un tirano acostumbrado a los halagos, perdió la paciencia y lo arrojó al Pozo de los chinches, una terrible mazmorra subterránea. Al cabo de unos meses el orgullo de Stoddart se vino abajo y aceptó convertirse al islam para que lo sacaran del Pozo. Satisfecho con la humillación del inglés, Nasrulah Kan le permitió vivir en la casa de un dignatario de la corte. Durante el encierro Stoddart envió muchos mensajes implorando ayuda, pero tanto la Honorable Compañía como el Gobierno inglés estaban implicados en guerras en Afganistán y China y no podían mandar una expedición a un lugar tan lejano como Bujara.

Solamente respondió a su llamada Conolly, movido por su caballerosidad y caridad cristiana, pese a que el emir de Kokand, que le había tomado aprecio, le advirtió que Nasrulah Kan era un perro sanguinario. Sin embargo fue bien recibido en Bujara. El emir había escrito, a la reina Victoria, y creía que Conolly le traía la respuesta. Cuando constató que la soberana británica lo ignoraba, Nasrulah Kan se sintió de nuevo humillado por los ingleses.

En esas llegaron tremendas noticias: el ejército de la Compañía que conquistase Afganistán tres años antes había sido exterminado hasta el penúltimo hombre –se  salvó uno de los 16.000 expedicionarios–El impacto en el mundo islámico militante fue similar al del 11-S de 2001, ¡la odiada superpotencia occidental no era invencible! Nasrulah Kan perdió el miedo a los ingleses y dio rienda suelta a su crueldad, ordenando decapitar a los dos hombres que habían llegado como embajadores. Les hicieron cavar su propia tumba ante la Fortaleza del Arca y luego les ataron las manos a la espalda y les recogieron el cabello y las barbas. Stoddart le gritó al emir que era un tirano antes de que la espada le segara el cuello. Conolly no había sido odioso como Stoddart y el Kan le dio una última oportunidad: si se convertía al islam le perdonaría la vida, pero Conolly prefirió el martirio. Al final moría por su fe cristiana, una postrera satisfacción.  

Grupo Zeta Nexica