Arquitecto del capitalismo, espía soviético

29 / 07 / 2014 Luis Reyes
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Bretton Woods, New Hampshire, 21 de julio de 1944 · Culmina la conferencia que estableció el dominio económico de EEUU. Su responsable fue Harry D. White, espía soviético.

La conferencia económica de Bretton Woods, que en 1944 reunió a los aliados que luchaban contra el Eje, puso las bases de un nuevo orden económico internacional para después de la Segunda Guerra Mundial. Simplificando mucho podría decirse que estableció la hegemonía de Estados Unidos sobre la economía mundial, con una liberalización del comercio a medida de los intereses norteamericanos, para asegurar tanto sus exportaciones como su acceso a materias primas. Fijó el patrón dólar y creó unos organismos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, controlados por Washington. El artífice de esta victoria del capitalismo estadounidense –complementaria de la de sus fuerzas armadas en la guerra– fue Harry Dexter White, prestigioso economista del Departamento del Tesoro... y notorio espía al servicio de la Unión Soviética.

Bretton Woods presenció uno de los duelos intelectuales más determinantes de la Historia entre White y el británico John Maynard Keynes. Por una de esas extraordinarias paradojas que presiden algunos acontecimientos históricos, el barón Keynes of Tilton, educado en Eton, el colegio más aristocrático del mundo, antiguo miembro de la extravagante y exclusiva sociedad secreta de los Apóstoles de Cambridge y del exquisito Círculo de Bloomsbury, defendió a capa y espada la postura que podríamos llamar progresista, que pretendía proteger a los países más pobres y débiles de la depredación de las grandes potencias.

Frente a él White, nacido en una familia numerosa y pobre de emigrantes judíos de Lituania, que no pudo ir a la universidad hasta los 30 años, defensor a ultranza de la política más izquierdista que ha existido en EEUU, la del New Deal, seguidor precisamente de las teorías keynesianas, compañero de viaje del comunismo y agente activo del espionaje soviético, logró la victoria del capitalismo norteamericano sobre el mundo entero.

Harry White no terminó sus estudios de Economía hasta los 38 años, pero enseguida fue reconocido como un brillante economista.

Tras una etapa en la enseñanza universitaria, la administración Roosevelt le ofreció en 1934 entrar en el Departamento del Tesoro, donde alcanzaría altas responsabilidades. Desde que tuvo acceso a este puesto clave, el coronel Boris Bykov, jefe del espionaje soviético en Estados Unidos, procuró captarlo como agente, y él entró en el juego.

“Nunca me gustó White. Lo veo paseando por la avenida Connecticut, una figura insignificante y furtiva, nervioso en los encuentros, mirando hacia atrás constantemente, vigilando de manera demasiado evidente”, diría Whittaker Chambers, un periodista y escritor, traductor del alemán de Bambi, luego famosa película de Walt Disney, que bajo tan inocente tapadera dirigía una formidable red de agentes comunistas empleados en el Gobierno estadounidense a quien White pasaba informes
 y documentos oficiales que termina-
 ban en el Kremlin.

Chambers sería también el primero que denunciase en 1939 que Harry Dexter White era un espía soviético. Whittaker Chambers abandonó el campo comunista en 1938, tras desobedecer una orden de acudir a Moscú, porque pensó que lo iban a matar dentro de la Gran Purga estalinista. Durante un año desapareció con su familia, temiendo que los agentes de la NKVD (precursora del KGB) le asesinaran, pero cuando Stalin firmó con Hitler el pacto germano-soviético, desengañado como muchos otros comunistas, Chambers acudió
 a las autoridades americanas y contó
 lo que sabía.

Roosevelt no se creyó las acusaciones contra White, dijo que eran una fantasía, y lo mantuvo en su puesto, pues para esas fechas se había convertido en uno de sus más importantes colaboradores. De hecho White había dejado de trabajar para Moscú, asqueado él también con el pacto entre la URSS y el III Reich. En realidad White no era comunista, sino lo que se llama un compañero de viaje, un progresista entusiasta de la política rooseveltiana del New Deal, que veía el comunismo como la fuerza que podía frenar al fascismo, por lo que había que fortalecer a la URSS en lo posible. Pero la firma del pacto germano-soviético echó por tierra esta ilusión. Dos años más tarde el propio Hitler se encargaría de restablecerla al invadir Rusia. La guerra entre nazis y soviéticos volvió a poner las cosas en su sitio, los izquierdistas de todo el mundo se sintieron aliviados, los comunistas volvieron a tomar las armas contra el fascismo y Harry White retornó al servicio del espionaje soviético.

La información transmitida a los rusos por White fue siempre oro de ley, pero pierde importancia comparada con otro servicio que hizo a Moscú: la entrada de Estados Unidos en la Guerra Mundial. Una tendencia historiográfica reaccionaria, llevada por los prejuicios que la extrema derecha norteamericana tiene hacia la figura progresista de Roosevelt, sostiene que este provocó conscientemente el ataque japonés de Pearl Harbor, que sacrificó sin escrúpulos a los 2.500 muertos del bombardeo buscando la excusa para entrar en guerra.

Lo cierto es que la geopolítica apuntaba a un conflicto inevitable entre Estados Unidos, que veía el Pacífico como una zona de influencia propia asentada en Hawai y las Filipinas, y el Japón, potencia emergente en expansión. Japón ya había invadido China, y China ya había recibido ayuda norteamericana, antes de que Hitler desencadenase la guerra en Europa.

La ocupación nipona de la Indochina francesa en 1940 fue considerada por Washington como una amenaza directa sobre Filipinas, y llevó a un pulso diplomático. El 27 de noviembre de 1941, EEUU presentó un ultimátum a Japón exigiendo su retirada de China e Indochina. La respuesta japonesa, el 7 de diciembre, fue el bombardeo, sin declaración de guerra, de la flota norteamericana en Pearl Harbor.

Revelaciones recientes.

Y aquí entra en escena Harry White, quien saliéndose de su área económica sería el redactor del ultimátum que provocó el ataque japonés. Eso afirma en un reciente libro un acreditado historiador americano, Ben Steil, que no forma parte del grupo ultrarreaccionario que acusa a Roosevelt de felonía, sino que es miembro del muy prestigioso y académico Council on Foreign Relations, el think tank fundado por los universitarios que asesoraron al presidente Wilson en la Primera Guerra Mundial.

Las notables revelaciones del profesor Steil van más allá, pues dice que “fue Stalin el auténtico instigador del ultimátum a Japón”, citando literalmente al coronel Vladimir Karpov, antiguo miembro del GRU, el servicio de información militar soviético. A finales de 1941 Rusia estaba, en efecto, con el agua al cuello, con los alemanes a las puertas de Moscú. Para salvar la capital, Stalin tuvo que recurrir a las “divisiones siberianas”, las tropas que defendían Siberia de tentaciones expansionistas niponas. Asegurarse de que Tokio no le iba a atacar por la espalda era vital para Stalin, y no había medio mejor que una guerra entre Japón y Norteamérica, que atraería inevitablemente a las fuerzas niponas al frente del Pacífico. Resulta lógico que Moscú recurriese al agente soviético situado en el círculo de decisión de Roo-sevelt, el funcionario del Tesoro Harry Dexter White. Lo más curioso es que una semana después de Pearl Harbor, White parecía estar tan concentrado en los asuntos económicos y en la defensa de los intereses financieros estadounidenses como para presentar el primer proyecto del FMI. En solo unos días, este paradójico personaje que era White había redactado dos documentos, el ultimátum a Japón y el proyecto del FMI, que suponían grandes contribuciones al comunismo soviético y al capitalismo norteamericano.

Sin embargo en la Historia raramente es un individuo solo quien provoca los acontecimientos, siempre hay diversos factores influyentes. Cuando Washington presentó a Tokio el ultimátum de White, la flota nipona ya había zarpado rumbo a Pearl Harbor. Quizá el ataque no se habría producido sin el ultimátum, pero eso es especulación, lo cierto es que ambas partes estaban decididas a la confrontación y avanzaban como dos locomotoras por la misma vía. Por encima de las personas, la guerra era inevitable.

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