}

A pleno sol

04 / 08 / 2015 Luis Reyes
  • Valoración
  • Actualmente 4 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 4 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Festival de Cannes, 1956. Brigitte Bardot y Alain Delon irrumpen como grandes mitos eróticos del cine.

Brigitte Bardot y Alain Delon

No ha habido Festival de Cannes como el de 1956. Competían Hitchcock, Vittorio de Sica, Ingmar Bergman y Kurosawa, por citar solo a cuatro monstruos del séptimo arte entre una veintena de grandes cineastas, como Pietro Germi o Ray, con la obra maestra del cine indio, Pather Panchali. El jurado, sin embargo, estuvo casero, Palma de Oro para El mundo del silencio, del popular comandante Cousteau y Louis Malle, y premio especial para El misterio Picasso, de Clouzot, dos grandes nombres del cine francés.

Pero lo que hizo irrepetible aquella cita fue la cegadora irrupción de dos mitos eróticos del cine. Uno, Brigitte Bardot, que rodaba allí mismo la película que la consagró, Y Dios creó a la mujer, una explosión de sexualidad con el morbo añadido de que el director, el mediocre Roger Vadim, era el marido de la jovencísima Brigitte. Es tradición del Festival de Cannes que las starlettes (chicas que quieren llegar a estrellas) se desnuden en La Croisette, pero a BB le bastaba quitarse solo los zapatos, hacer un movimiento de cadera que diese vuelo a su falda y mostrar el borde de las enaguas –¡sí, llevaba enaguas!– para resultar mucho más provocativa que los desnudos totales de  las starlettes de ahora.

La otra aparición de Cannes-56 no tenía nada que ver con el cine, era un joven Adonis desconocido, recién llegado de una guerra perdida, el desastre de Indochina, un fusilero de marina licenciado sin honores, sin oficio ni beneficio. Era el acompañante de Jean-Claude Brialy, el actor fetiche de la Nouvelle Vague, un dandi bisexual que tuvo unos días de gloria paseando a aquel bellezón masculino. El marinerito se llamaba Alain Delon, y levantó tal revuelo que el más genial de los productores, David O’Selznick, padre de Lo que el viento se llevó, le ofreció inmediatamente un contrato para Hollywood.

Alain Delon tenía 20 años y una experiencia de la vida no precisamente feliz. Hijo de padres divorciados, criado en casas de acogida, expulsado de todas las escuelas que frecuentó, a los 14 años empezó a trabajar de carnicero con su padrastro. El porvenir le gustó tan poco que a los 17 se alistó voluntario en la Marina. Le fue tan mal como en la escuela, purgó 11 meses en el calabozo y se apuntó a la guerra de Indochina para evitar algún castigo mayor. Tras 4 años de servicio sin gloria volvió a Francia como guerrero derrotado, papel que luego encarnaría perfectamente en Adieu l’ami. Sin estudios ni profesión, solamente guapo, trabajó en París de camarero, mozo o vendedor y comenzó a frecuentar la pègre, el ambiente de chulos y gigolos de Les Halles y Montmartre, bajo la protección de un homosexual llamado Carlos.

Por casualidad y por su bella cara se salvó de ser un hampón –aunque siempre tendría esa querencia, como veremos–. Conoció a una actriz mayor que él, Brigitte Auber, que se enamoró perdidamente y lo trasplantó del ambiente canalla de Les Halles al intelectual de Saint Germain des Prés. Y allí encontró a Jean-Claude Brialy, que lo llevó a Cannes.

Comenzó a hacer películas poco notables, aunque una de ellas, un drama sentimental titulado Christine, provocaría lo más importante de su vida, el flechazo con Romy Schneider. Con solo 20 años, Romy era una estrella famosa, era Sissi emperatriz, la novia de Europa, el espejo de todas la chicas románticas, incluso una marca de cigarrillos para señoras llevaba su nombre. Para Alain, en cambio, era el primer papel protagonista, pero juntos formaban una pareja de porcelanas de Meissen, dos bibelots de belleza exquisita. Estaban hechos el uno para el otro y su amor les duró a los dos toda la vida, aunque él la abandonase tras 6 años de relaciones.

Mr Ripley. Alain Delon era para la prensa “el novio de Romy Schneider”, un bello complemento de la estrella, como un bolso de Gucci o un reloj enjoyado de Cartier; parecía que sus devaneos juveniles en el mundo de los gigolos le persiguiesen. Pero todo cambió en 1960 con el estreno de A pleno sol, la historia de un criminal perverso y entrañable (el Mr. Ripley, creado por Patricia Highsmith) que Delon encarnó en una interpretación fascinante, como si fuera él mismo… Quizá porque era él mismo.

 

A pleno sol, a diferencia de sus anteriores, era una película sólida, bien dirigida por René Clement, cineasta que ya había ganado un Oscar, con una producción potente, rodada en escenarios naturales en Italia y con Romy Schneider interpretando un papelito para darle glamour. Se convertiría en una película de culto y consagró a Delon como el mayor mito erótico masculino del cine desde Rodolfo Valentino. Muchos años después, en escenario tan foráneo como la China de Mao, cuando pasó la conmoción iconoclasta de la Revolución Cultural, el primer reencuentro del ansioso público chino con el cine occidental sería con Alain Delon en El Zorro.

 

A pleno sol fascinó también a un espectador fuera de serie, Luchino Visconti, que encandilado con Delon tuvo la osadía de montar en París una obra de teatro clásico isabelino, Lástima que sea una puta, en la que Romy y Alain representaban a una pareja de hermanos, amantes incestuosos, con éxito enorme. Se dijo, por supuesto, que Visconti estaba enamorado de Alain Delon. Curiosamente, Delon se ha manifestado pública y repetidamente como un macho homófobo, pero una y otra vez aparecen en su vida esos personajes gais –el proxeneta Carlos, Brialy, Visconti– a los que debe tanto. A Visconti, concretamente, las dos mejores películas de su carrera, Rocco y sus hermanos y El Gatopardo. Era Alain Delon en todo su esplendor.

Después vendría una carrera irregular, buscado por grandes directores como Antonioni y Losey, aunque rodando también mucho film mediocre. Pero aunque el cine se lo había dado todo, parecía no bastarle, y en 1968 estalló el affaireMarkovic, que reveló que Alain Delon tenía una doble vida, como El Zorro.

Stevan Markovic era un guapo pandillero serbio que Delon reclutó de guardaespaldas, conocido en la noche parisina como prostituto. Parecía inseparable de Delon, quien quizá lo veía como espejo de sí mismo, pero cuando apareció muerto, la Policía encontró una carta que decía: “si me asesinan, 100 por 100 de la culpa será de Alain Delon y su padrino, François Marcantoni”. Este último era un atracador de bancos corso, y se descubrió que estaba asociado con Delon en orgías en las que participaba Claude Pompidou, esposa del primer ministro y futuro presidente Georges Pompidou.

Lo pasmoso de este caso no es tanto que la primera dama de Francia buscara satisfacción en dudosa compañía, sino que Alain Delon, un actor ya consagrado, rico, mimado por el público y la prensa, se asociara por decisión propia con auténticos gánsteres, de los que asesinan a quienes molestan. ¡Ah, la antigua querencia canalla del marinero de Indochina!

Grupo Zeta Nexica