Gerda Taro, reportera de guerra

17 / 04 / 2006 0:00 Evelyn Mesquida (París)
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Fue la compañera de Robert Capa y con él fotografió la Guerra Civil. Pero tuvo peor suerte. A Gerda un tanque la aplastó en Brunete. Ambos vivieron una apasionada relación sentimental, alimentada por la euforia del Frente Popular francés.

13/02/06

Fue una de las primeras reporteras que fotografió la guerra de España y la primera mujer que murió en el frente. Su nombre desapareció poco a poco y muchas de sus fotos fueron publicadas durante largo tiempo con el nombre de Capa, su compañero en la época. Setenta años después, dos libros publicados en Francia, un documental sobre su vida, una obra de teatro en Cataluña y una gran exposición en Nueva York el año próximo, devuelven a la actualidad a Gerda Taro, reconociendo su propia personalidad y la importancia de su trabajo. Gerda murió tras la batalla de Brunete. Aquella mañana, la joven reportera había recorrido parte del frente acompañada por Ted Allan, un aterrorizado amigo miembro del servicio médico de las Brigadas Internacionales, que la seguía por amor. Antes, Gerda se había enfrentado con el general Walter, jefe militar de la zona, que quería expulsarlos del terreno de combate porque se esperaba un fuerte contraataque franquista. Los Stukas y los Heinkel alemanes no la hicieron desistir. Gerda trabajó de trinchera en trinchera hasta que no le quedó ninguna foto. Después, cuando llegó la aviación enemiga y los envolvió en una nube feroz de metralla y bombas, se retiró rápidamente, al mismo ritmo que las tropas republicanas acosadas por la Legión Cóndor. Para tratar de escapar de aquel infierno y tras ayudar a trasladar a varios heridos, Gerda y Ted saltaron sobre el estribo del coche del general Walter. Allí se mantuvieron hasta que un tanque republicano que perdió el control rozó el vehículo y la hizo caer. El tanque la aplastó. El escritor alemán Nil Thraby, en su obra de teatro El día que murió Gerda Taro, describe así el accidente: “El tanque pasó justo por debajo de su cintura. Las cadenas hicieron crujir los huesos como palos secos. Cuando hubo pasado el monstruo no quedó más que papilla donde antes había muslos, piel y dedos. La pared abdominal se había roto y las entrañas grises habrían salido si no hubiera sido por la fuerza de su propietaria. Dicen que con las manos blancas del esfuerzo, Gerda las aguantaba dentro de lo que quedaba de su vientre”. Gerda moriría al alba del día siguiente, en un hospital de campaña de El Escorial. Antes, a la enfermera americana que se ocupaba de ella le había preguntado si su material se había salvado.

Su verdadero nombre era Gerta Pohorylle, nació en Stuttgart, Alemania, y era hija de una familia judía llegada de la Galitzia austro-húngara (hoy Polonia). Desde muy joven, Gerta fue una brillante alumna especialmente interesada por las Ciencias Naturales y los idiomas. Cuando sus padres se trasladaron a Leipzig, la muchacha entró en un círculo de la burguesía que cultivaba una larga tradición intelectual. Su belleza y un carácter provocador la distinguieron rápido. En ese círculo conoció a su primer amor, con el que durante un tiempo llegó a pensar en casarse. Hasta que descubrió que se podía estar “perfectamente enamorada de dos hombres”.

Gerta, abiertamente de izquierdas pero sin querer entrar en ningún partido, participaba en numerosas reuniones al lado de los grupos que se oponían al racismo, el fascismo y la dictadura. Entre ellos fue alimentando una conciencia política que la llevó a pasar varios días en la cárcel, sin que esto le causara ningún trauma.

Cuando el 30 de enero de 1933, Hitler fue democráticamente elegido por una mayoría del pueblo alemán, Gerta comprendió que había llegado el momento de otra forma de resistencia. Unos meses después, ante la amenaza de ser detenida, eligió exiliarse, como lo habían hecho ya algunos de sus amigos. Ayudada por su familia, París fue la ciudad elegida.

Exilio y amor

Una época difícil económicamente, con recuerdos de dificultad, de trabajo, hambre y miseria pero al mismo tiempo de paraíso intelectual. Clara Malraux, Walter Benjamin, Koestler, Brecht, Aragon, Nizan o Giacometti fueron algunas de las figuras con las que compartió horas de discusiones en cafés de Montparnasse donde alguno de ellos podía pagar por los que no tenían ni un céntimo.

Con Kermetz, un conocido fotógrafo húngaro, Gerta se interesó por la fotografía. Se interesó mucho más cuando conoció a André Friedmann, un seductor fotógrafo judío, conocido por las excelentes fotos que había hecho a Trotsky. La pareja no tardó en vivir una apasionada relación sentimental, acompañados por la euforia del éxito del Frente Popular francés.

El joven André no iba a tardar en ser mundialmente conocido con el nombre de Capa. Fue Gerta la que inventó el nuevo nombre –evocando al director de cine Frank Capra que en entonces triunfaba en Estados Unidos– convencida de que ayudaría a vender mejor sus fotos. Como así fue. Ella misma, que trabajaba en la conocida agencia de prensa fotográfica Alliance, también se cambió el nombre por el de Gerda Taro. Aprendió rápidamente otografía, trabajaron conjuntamente y decidieron vivir juntos a pesar de las dificultades económicas.

Varios periódicos de la época, como Ce Soir y Regards, comenzaron a publicar sus fotos regularmente en Francia. Algunos periódicos americanos también compraban sus reportajes. Todas las fotos iban firmadas por Robert Capa aunque algunos aseguran que Gerda hacía muchas de ellas.

A favor de la República

Cuando en julio de 1936 las tropas militares dieron el golpe de Estado contra la República española, la revista VU aceptó enviarlos al frente para hacer un número especial, con una Rolleiflex y una Leica para los dos y fletando un pequeño avión para trasladarles a Barcelona. El avión se estrelló poco antes de llegar a la ciudad pero salieron ilesos. Desde entonces, Gerda y Robert aseguraban ser “invulnerables”.

Con apenas unos rasguños, la pareja consiguió llegar en coche hasta Barcelona. Las primeras fotos que hicieron fue a los milicianos de la FAI y la CNT y a los trotskistas del POUM. Fotografías que mostraban la formación de las milicias, la gente por las calles, las barricadas o los soldados que se iban al frente, hacia donde ellos se dirigieron a mediados de agosto. Allí fotografiaron a las Brigadas Internacionales, a los habitantes de los pueblos, el sitio del Alcázar de Toledo, los primeros muertos. Fotos en su mayoría publicadas con el nombre de Capa, y poco después firmadas en los reportajes por Capa y Taro. Hasta que Gerda decidió utilizar su propio nombre.

En Madrid, en el hotel donde estaban instalados los corresponsales, la pareja era muy conocida. Los hombres admiraban a aquella mujer pelirroja, joven, bella, inteligente y valiente, que cada noche bebía y cantaba con ellos y por la mañana salía hacia el frente. Todos los que los conocieron aseguraron que era Gerda la que animaba a Capa a “ir más lejos”. En esas reuniones nocturnas conocieron a Hemingway y a Dos Passos, entre otros muchos intelectuales. Gerda detestó al primero y adoraba al segundo. Robert se llevó muy bien con Hemingway. José Bergamín, que solía reunirse con ellos, llamaba a Gerda “cazadora de luz” y Rafael Alberti diría de ella que “arrastraba la alegría del peligro y la sonrisa de una juventud inmortal”.

Entre la pareja surgieron algunos problemas. Gerda quería ser una mujer libre, como Capa. No quería que él la controlara. Capa quería casarse con ella, pero Gerda dijo no. Juntos recorrieron varios frentes de guerra, de Cataluña, Aragón, Madrid o Andalucía, hicieron fotos, se implicaron en la guerra española mucho más allá del terreno profesional. Los dos querían que venciera la causa republicana.

En junio de 1937, Capa volvió a París para vender las últimas fotos y preparar un viaje a China con el cineasta Joris Ivens. Probablemente Gerda iría también... Ella volvería a París a primeros de agosto. Ya no volvieron a verse. El 27 de julio, tres días antes de su 27 cumpleaños, Gerda murió durante la operación “imposible” que intentaron los médicos. Rafael Alberti fue avisado y recogió su cuerpo del hospital de campaña El Goloso, en El Escorial. En el Jardín de Invierno de la Alianza Francesa en Madrid, donde velaron a Gerda, numerosos milicianos, obreros, jefes militares, intelectuales y artistas, se inclinaron ante su cuerpo. Unos días después fue enterrada en París en una tumba esculpida por Giacometti.

Durante muchos meses, Capa estuvo hundido en una depresión. En 1947 publicaría en Estados Unidos un libro dedicado a Gerda, con las fotos de ambos mezcladas. Esa mezcla de fotos hizo que las de Gerda volvieran a perder su identidad y que poco a poco quedara en el olvido. Durante largos años, muchas de sus fotos siguieron firmándose con el nombre de Capa. Sólo el largo trabajo de la historiadora alemana Irme Schaber, ha conseguido reconstruir el hilo perdido de la existencia de Gerda. Su búsqueda minuciosa en diversos archivos ha permitido identificar netamente más de 300 fotos de Gerda, que serán mostradas íntegramente y por primera vez, en una gran exposición que se celebrará el año próximo en Nueva York, con motivo del setenta aniversario de su muerte. Irme es también la autora de uno de los libros que se publican ahora en París.

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