El Prado se llena de Furias

23 / 01 / 2014 12:03 Luis Algorri
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La primera gran exposición de 2014 muestra la propaganda política del XVI al XVIII: cómo usar la mitología para castigar rebeliones.

Al gran Tiziano le hizo un encargo extraño nada menos que María de Hungría, señora de fuerte carácter y hermana del emperador Carlos I de España y V de Alemania. Quería su Alteza cuatro cuadros gigantescos (dos metros y medio de alto) para decorar la impresionante Gran Sala de su castillo en Binche, en las afueras de Bruselas. Aquella estancia tenía más de 40 metros de largo por 20 de ancho y un techo que se elevaba hasta los once metros. Cabía de todo. El encargo de doña María sorprendió al pintor, porque no le pedían retratos, como casi siempre. Se trataba de un asunto mitológico: las Furias, es decir, cuatro de los personajes que se rebelaron contra los dioses de la mitología griega y que fueron castigados con penas de infinita perfidia. A Ticio, hijo de Zeus, lo enredaron en un asunto de cuernos: Hera, despechada tercera esposa del dios, encargó a Ticio que violase a Latona, amante de su marido. A Zeus no terminó de parecerle bien la idea y castigó a su propio hijo a permanecer en el Tártaro (la peor región del Infierno) perpetuamente encadenado mientras cada día un buitre le devoraba el hígado a picotazos; el hígado se regeneraba inmediatamente y así por toda la eternidad. Es un suplicio parecido al de Prometeo, que cometió la inconveniencia de entregar a los hombres el fuego, símbolo de la sabiduría.

Tántalo tampoco era persona demasiado recomendable. Mandó matar, descuartizar, guisar y servir en un banquete a su propio hijo, Pélope. Luego se negó a devolver un perro de oro que Pandáreo había robado y le había pedido que escondiese; juró por Zeus que nunca lo había visto, y el propio Zeus, harto ya de aquel caníbal, ladrón y perjuro, lo condenó a permanecer para siempre semihundido en un lago y con árboles repletos de frutas a su alcance. Pero cada vez que Tántalo quería beber o comer, el agua desaparecía y las frutas se apartaban.

La roca: el trabajo inútil.

Sísifo pidió volver por un tiempo breve al mundo de los vivos desde el reino de los muertos; pero, una vez arriba, se negó a regresar. Su castigo fue empujar montaña arriba una enorme piedra que siempre se le caía cuando estaba a punto de alcanzar la cima. El suplicio de Sísifo ha pasado a la historia como el símbolo del trabajo duro pero totalmente inútil que a uno le encargan. Hoy lo llamaríamos mobbing.

Ixión, por último, cometió la indelicadeza de intentar seducir a la propia Hera, esposa de Zeus; este lo condenó a permanecer eternamente atado con unas serpientes a una rueda ardiente.

María de Hungría, como casi todo el mundo culto en su tiempo, sabía estas historias y tenía claro su significado: no te rebeles contra el rey, el dios o el poderoso que sea, porque te irá mal. En este caso, el rey era Carlos V, y los gigantes o lapitas rebeldes eran nada menos que los príncipes alemanes que habían formado la Liga de Smalkalda, se habían alzado contra el emperador y habían obtenido de este una tremenda paliza en la batalla de Mühlberg. Eso fue en 1547. La hermana del César Carlos hizo el encargo a Tiziano al año siguiente. Sabía que aquellos príncipes rebeldes visitarían, antes o después, su castillo de Binche, y no veía el momento de pasarles por las narices aquellos cuadros gigantescos en los que ellos se verían en el papel de los condenados y Carlos V en el de Zeus. Ellos también sabían mucha mitología.

El asunto de las Furias (o los Cuatro Condenados, o las Penas Infernales) hizo que el gran Tiziano experimentase con la anatomía humana, en su versión más colosal, como pocas veces en su vida, y para ello recurrió al estudio de la obra de Miguel Ángel. Pero además se puso de moda. Durante doscientos años más, los suplicios de aquellos delincuentes mitológicos fueron objeto de la creatividad de muchos pintores.

Eso es lo que el Museo del Prado ofrece ahora a los visitantes en la primera gran exposición del año 2014. Dos de aquellos enormes lienzos, Tántalo e Ixión, se perdieron en el incendio del Alcázar de Madrid (1734), pero los otros dos, que pueden verse siempre en el Prado, son ahora los buques insignia de esta muestra que comisaria Miguel Falomir y que se inaugura el 21 de enero.

Se trata, en realidad, de una antología de Furias que comienza en Tiziano y llega hasta los albores del siglo XVIII. El espectador podrá ver cómo resolvieron Miguel Ángel, Cornelis van Haarlem, Rubens, Ribera, Salvator Rossa o Langhetti el desafío compositivo que plantean los suplicios de estos cuatr0 condenados a quienes la mala uva de una reina sacó de los desvanes de la mitología para  usarlos como propagada política: no te rebeles contra el que manda, que tendrás dificultades. Sé sumiso.

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