El filósofo contra la muerte de la utopía

13 / 01 / 2017 Antonio Puente
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Zygmunt Bauman, autor de La modernidad líquida, fallece en el Reino Unido.

La vida ya no es aquel “metro a punto de partir” con que Joaquín Sabina metaforizó en su día el movido furor urbano que se creía insuperable, bajo el ya obsoleto rótulo de “posmodernidad”. Mucho más vertiginoso y centrífugo que eso, el autor de La modernidad líquida ha situado como cabal representación del tiempo actual la cruda imagen de trenes de alta velocidad pasando a todo meter, uno tras otro, delante de nuestras narices, mientras permanecemos apostados en el andén, sin que nos dé tiempo a subirnos a ninguno de ellos. “Lo que nos obliga a estar alerta frente a las nuevas formas de frustración y ansiedad”, señalaba en una de sus últimas comparecencias el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman (Polonia, 1925 – Reino Unido, 2017), fallecido el pasado lunes en su domicilio de Leeds, la ciudad inglesa en la que residía desde hace más de 30 años, como profesor emérito de su universidad. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación en 2010, Bauman aludía al excesivo reduccionismo de sus tesis al concepto de “modernidad líquida” como un ejemplo del rodillo simplificador de la sociedad globalizada; y su más esencial legado era, en cualquier caso, la necesidad de tenderle diques de resistencia y contención a una sociedad y una cultura que hacen, justamente, agua por todas partes.

Para ilustrar su crítica a la extraña combinación del exceso de individualismo y restricciones actuales, Bauman solía echar mano de una célebre historieta inglesa, que podría calificarse como una especie de síndrome de auto-brexit. Trata de un náufrago (una de las tantas lecturas, tal vez, del Robinson de Daniel Defoe) que, quedando confinado en una isla desierta, termina construyéndose tres chozas; la primera la convierte en su vivienda habitual; la segunda es el club social adonde acude los sábados y en la tercera coloca un cartel en la puerta de “prohibida la entrada”...

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