El día y la noche de los libros

28 / 04 / 2014 Daniel Jiménez
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Vivimos rodeados de libros, que se ofrecen en todos los formatos, pero hay motivos para pensar que estamos ante el final de una época.

"¿Me regalas un libro? Te regalo un libro”. Este es el eslogan que desde hace unos años adoptó la Comunidad de Madrid para promocionar la Noche de los libros, que este año ha cumplido su IX edición y que se celebra en la capital cada 23 de abril, Día del libro. Durante esa larguísima jornada, que coincide con Sant Jordi de Barcelona, se sucedieron más de 600 actividades en torno al libro: firmas de ejemplares, conferencias, diálogos, presentaciones, lecturas en voz alta, descuentos y ¡hasta un recetario de libros! Este año destacó la presencia de Salman Rushdie, el escritor más perseguido (y conocido por ello) del mundo, con permiso de Roberto Saviano. La organización ha querido destacar que Madrid es la región más lectora de España, donde más bibliotecas públicas hay (que además han cuadruplicado el número de socios en los últimos diez años), e Ignacio González, presidente de la comunidad, se apresuró a decir que su Gobierno ha invertido nueve millones de euros en libros, “a pesar de la crisis”. Datos muy esperanzadores, pero no son pocos los indicios y las voces que hablan de una realidad más oscura.

Empecemos por las estadísticas. A todos nos parecía raro que España fuera el país de la Unión Europea que más libros publicaba cuando las encuestas demostraban que no era ni mucho menos el país con mayor número de lectores. Las ventas se estancaban o caían estrepitosamente, pero las editoriales no bajaban el ritmo de publicaciones, aunque desde luego disminuían las tiradas por título. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la edición de libros creció a un ritmo imparable hasta el año 2008, que fue a la vez el cénit y el inicio del derrumbe (y no solo de libros, por supuesto).

Si en 2004 se publicaron algo más de 60.000 títulos, durante todo 2008, que despertó al mundo con la caída de Lehman Brothers, se llegaron a editar más de 86.000, una cantidad desproporcionada se mire por donde se mire. Ahí el número de publicaciones comenzó a descender también de manera imparable (a excepción del año 2010 que volvió a crecer... quizá por el aumento de libros sobre la propia crisis) y así se llegó al ejercicio del pasado año, donde el número de títulos publicados fue (¿tan solo?) de 56.435: un 19% menos que el año anterior. Hace poco se han producido dos operaciones comerciales que han involucrado a varias de las editoriales más importantes en lengua hispana. En cuestión de semanas el grupo alemán Bertelsmann y el inglés Pearson compraron el grupo italiano Random House y varios sellos de publicaciones generales del grupo Santillana, controlado mayoritariamente por Prisa. Las cantidades manejadas son desorbitantes y no es un secreto que hay más detrás.

Por la compra de Alfaguara y sellos como Taurus y Suma de Letras, Penguin Random House Grupo Editorial desembolsó 78 millones de euros. Ese grupo cobija bajo sus alas a escritores tan conocidos, algunos respetados y otros tan leídos como el propio Rushdie, Coetzee, García Márquez, Isabel Allende, Ken Follet, David Foster Wallace, Javier Cercas, Orham Pamuk, Mario Vargas Llosa, Javier Marías, Arturo Pérez Reverte, Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Decenas de editoriales se han visto emparentadas sin que se sepa muy bien cómo podrán convivir, entre ellas algunas con tanto carácter como Alfaguara, Mondadori, Taurus, Plaza y Janés, Debate, Caballo de Troya, Grijalbo y Lumen. El nuevo grupo planea editar más de 1.500 títulos al año. La reflexión podría ser la siguiente: Las ventas bajan, las tiradas bajan y los títulos publicados bajan, pero se sigue ganando dinero. ¿Cómo es eso posible? Muy sencillo. Hay ciertos escritores (o simplemente nombres) que sí venden, que siguen editando a un ritmo cuanto menos sospechoso y que sí ganan y hacen ganar dinero.

¿Todo está en los libros?

Pero ¿por qué tenemos que hablar de dinero si de lo que estamos hablando es de libros? Constantino Bértolo, editor independiente a cargo de sellos como Caballo de Troya (que pertenecía a Random House, que ahora pertenece a Penguin) anunció su retirada del ejercicio libresco hace solo unas semanas. Su epitafio fue apocalíptico y voluntariamente polemista. Bértolo dijo lo siguiente: “Lo último que hace hoy en día un editor es leer”. La retirada de Bértolo coincidió con la publicación de un libro de Mario Muchnik, editor en constante retirada, cuyas reflexiones en torno al oficio se tornan cada vez más y más funestas. Algo así: editar libros ya no es lo que era. Editar libros era un oficio arriesgado, valeroso, que exigía cualidades tanto de rastreador de tesoros como de caballero andante. Editar libros era descubrir el mundo, descubrir autores y enseñar a los lectores que todo, o casi todo, estaba en los libros. Editar era leer, pero lamentablemente hoy cada vez se lee menos, y todo, sin el casi, está en Internet.

La fallecida Esther Tusquets, dueña de otra mítica editorial independiente que lleva su nombre, se vio obligada a vender su empresa al grupo Planeta, el único gigante editorial que queda en España con propiedad mayoritariamente española (el grupo Bertelsmann también posee acciones en él) junto con Ediciones B, que mantiene en buen estado de salud sellos tan prestigiosos como B o Bruguera, entre otros. Tusquets también se quejó amargamente: “Era eso o dejar de existir”. Otras editoriales independientes de nueva creación no tuvieron tanta suerte y directamente cesaron su actividad. Tal fue el caso de Libros del Silencio o El olivo azul, editoriales surgidas en medio de la fiebre y que se evaporaron como si nada más hubieran sido un sueño o un delirio. Sin embargo, por extraño y paradójico que parezca, hace tan solo unos meses se creó una nueva editorial en España, una editorial independiente, literaria y que da prioridad al libro en papel. Su nombre es Malpaso. Malcolm Otero Barral, director editorial, responde así a la pregunta de por qué seguir editando libros: “Porque hacen falta”. Pero ¿hacen falta tantos libros? “Además –prosigue con ironía–, si damos por hecho que hay que dedicarse a algo, qué mejor que a este oficio libresco y modesto, en el que manejas el talento ajeno y que funciona por entusiasmos y afinidades”. Enrique Redel, director de la editorial Impedimenta, representa desde hace años un modelo de editor que se ha ganado respeto y respaldo. Hace unos días se atrevió a dar unas cifras que ponen los pelos de punta. “En España apenas hay 15.000 personas que compran más de un libro al mes”. El apoyo de las librerías a las editoriales pequeñas e independientes es necesario y, como señala Redel, “las librerías han cambiado su fisonomía y cada vez apuestan más por editoriales como la nuestra”. Redel terminaba dando otro dato que causa estupor: “Nosotros sobrevivimos con una media de 1.200 lectores, y algunos más que a veces confían en nosotros y otras veces en Anagrama, Acantilado y demás”.

Pariente de Impedimenta es Libros del Asteroide, puesto que ambas forman parte del Grupo Contexto. Su director, Luis Solano, es joven y también se arriesga, aunque algunos viejos editores ya no crean en eso. “El editor independiente de hoy es aquel que prioriza la calidad literaria de las obras que publica; es decir, su labor como difusor cultural es siempre tan o más importante que la rentabilidad de su negocio. Lo que viene a decir que el negocio está al servicio de la literatura y no al revés”.

¿Para qué sirve la literatura?

Es casi un tópico: en España siempre ha sido muy fácil publicar para unos, pero muy difícil para otros. En los años 50 lo tenías fácil si eras partidario del régimen; en los 60, si pertenecías a la gauche divine; en los 70 se te abrían las puertas si demostrabas tu carácter conciliador; en los 80 había que dejar atrás todo aquello, el régimen, las consignas y las transiciones, y en los 90 había que dejar atrás los 80 y además ser joven y, a ser posible, guapo. Lo que ocurre a partir del año 2000 carece de importancia, ya que todo parece válido única y exclusivamente si vende, si es nuevo o si lo parece. Y ahora, en pleno 2014, publicar un libro nunca ha sido tan fácil gracias a la autoedición, a Amazon y a las editoriales únicamente digitales; pero ninguna editorial pequeña e independiente acepta ya manuscritos y los grandes grupos solo publican a grandes autores que tendrán ventas aseguradas y producirán grandes beneficios.

Tres ejemplos. Paco González, autor de Los Modlin, libro autopublicado y financiado a través de la plataforma de financiación colectiva crowfunding, ha logrado que su libro llegue a todas las librerías, incluso a La Casa del Libro y la FNAC, y en tres meses ha agotado su primera edición. Javier Memba, colaborador de Tiempo, es un periodista de largo recorrido y con varios buenos libros a sus espaldas que acumula decenas de negativas de las editoriales. Por su parte, Manuel Astur es un joven sin experiencia que ha conseguido publicar su primera novela en una editorial alternativa gracias a la recomendación de un amigo. Y Pérez-Reverte sigue vendiendo miles de ejemplares. La historia se repite.

Pero hablábamos de literatura. Esta es, años tras año, la que ocupa el mayor porcentaje de libros publicados, por encima de temas como las ciencias sociales, ciencias aplicadas, artes y filosofía; y eso que desde hace dos años el INE ya no tiene en cuenta, a la hora de hacer sus estadísticas, las reimpresiones ni las reediciones, que como sabe todo frecuentador de librerías no son pocas. Bien, y ¿qué es la literatura? ¿Para qué sirve? Malcolm Otero lo tiene claro: “Para interpretar el caos que es la realidad. Para poner orden. Para reflexionar. Para disfrutar. Para todo. Para nada”. Luis Solano es más poético pero coincide en su conclusión: “La literatura no tiene ninguna aplicación práctica y material, sirve únicamente para ensanchar el espíritu, es decir, para nada”. Aunque ahora lo festejemos, parece inevitable que llegará un día aciago en el que no sabremos qué es un libro. Ni para qué demonios sirve.

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