8 de agosto de 1988

29 / 01 / 2018
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Caso Urquijo: las cartas de Rafi Escobedo.

Rafael Escobedo siempre mantuvo su inocencia en el caso Urquijo

El único condenado por el crimen de los marqueses de Urquijo se quitó la vida en la cárcel el 27 de julio de 1988. Apenas unos días después, TIEMPO sacó a relucir durante cinco semanas consecutivas un centenar de cartas que Rafi envió desde prisión a sus amigos. La exclusiva la firmaron Carlos Bello, Jordi Gordon y Paloma Muñoz.

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¿Realmente merece la pena vivir?”, se preguntaba Rafael Escobedo en una carta fechada en la prisión de El Dueso el 17 de marzo de 1988. “Yo creo que no, pero morir tampoco es algo que se pueda hacer de cualquier forma. A mí me gustaría morir como yo deseo, tranquilamente. Llegar una noche, tomar una pildorita, quedarme dormidito y abandonar esta humanidad insoportable. Me gustaría morirme, pero no colgado de una reja por el pescuezo como si fuera un chorizo”.

Rafi Escobedo, el perdedor, el único pagano de un crimen que probablemente ya no se aclare nunca, ni siquiera tuvo el fin anhelado. Su cuerpo apareció suspendido como un embutido de la reja de su celda en el penal de El Dueso, en Santoña, Cantabria, al mediodía del 27 de julio de 1988. La suya fue una muerte largamente anunciada.

Desde octubre de 1987, Rafael Escobedo sostuvo una abundante correspondencia con el periodista Matías Antolín, al que confió lo que pudo redactar de sus memorias, que Tiempo ha conseguido en exclusiva. Los textos de este reportaje son fragmentos de un legado de unas 2.000 cuartillas (algunas cartas de Escobedo a Matías Antolín tienen más de cuarenta páginas), por las que desfilan todos los horrores y fantasmas que lo acompañaron en los 2.688 días que duró su cautiverio. Las memorias de Escobedo contienen confesiones sensacionales sobre las razones de su silencio en algunos detalles del asesinato de los marqueses de Urquijo, su plan para fugarse en el mes de junio, su intención de escribir el guión para una película sobre su vida y los preparativos para su suicidio ante las cámaras de televisión durante la entrevista en directo que le hizo Jesús Quintero, en su programa El loco de la colina.

La soledad, el desamparo, la violencia de las cárceles –“estoy acostumbrado a ser violado”, confiesa Escobedo lacónicamente– aparecen en esta correspondencia con testimonios estremecedores. También le persiguen a lo largo de estas páginas la obsesión por hacerse con dinero para comprar heroína y los monos que lo torturan en las madrugadas de abstinencia, “parece como si tuviera un escuadrón de enanitos mineros cavando túneles en mi coco”, dice Rafi. Rafael Escobedo sucumbió a la desesperación. Sus últimas misivas son las de quien se encuentra en un pozo sin fondo rodeado de tinieblas hostiles. Ni su abogado ni sus familiares más allegados escapan a sus sospechas de que existe una confabulación para empujarle al suicidio o a la locura. Para ellos son las acusaciones más duras, las maldiciones de los últimos momentos de su vida.

En la última carta enviada a Matías Antolín el 15 de julio, pocos días después del programa El loco de la colina, Escobedo le cuenta la conversación sostenida con su madre ese mismo día: “Hoy he hablado con mi madre. Ella, el comentario que me ha hecho ha sido solo que estaba muy guapo, guapísimo. Tampoco le he dado la oportunidad de que me comentara más. Hemos tenido una conversación muy corta y desagradable en la que le he dicho que no quiero volver a saber nada de ellos, que para mí habían dejado completamente de existir, habían muerto y que no volviera a llamarme ni a molestarme”. 

La relación con la familia

Desde que Rafi ingresó en la cárcel, la relación con su familia se vuelve conflictiva. El 15 de febrero dice en la carta enviada a su amigo Matías Antolín: “Esta tarde he hablado telefónicamente con mi madre. Han sido solo diez minutos escasos, pero han bastado para dar el penúltimo paso en la ruptura total y definitiva con toda mi familia. Bueno, la verdad es que mis hermanos y cuñados prácticamente rompieron relaciones desde que me metieron preso. Con mis padres la cosa había ido aguantando con sus altos y sus bajos (más bajos que altos) hasta hoy. Ahora, lo único que me queda es reconocerlo oficialmente. Mi madre me ha puesto tan descontrolado que ha faltado menos de un pelo para que estampara el teléfono en la pared. No sé cómo he podido dominarme en el último instante”. “Y un poco más acá –prosigue Rafi más adelante–, los marranos de mi familia dejándome más tirado que una colilla e importándoles un comino si me moría o no. Y si por casualidad aparecía alguien (prácticamente, solo mi padre), era solo para hacerme los mil reproches más dolorosos que eran capaces de preparar entre todos ellos, y una vez dichos volver y desaparecer. (...) Le he dicho a mi madre que estaba asfixiado por las deudas y sin un duro. Mi familia hace varios años que no me manda dinero (ni nada de nada). Bueno, muy esporádicamente, a lo sumo un par de veces al año, pero creo que esto solo ha ocurrido un año, me han mandado por giro 18.000 pesetas. Pero después de tirarme un mes o más insistiéndoles y suplicándoles para que me ayudaran, porque estaba en uno de esos trances que suelo pasar con cierta frecuencia en los que no tengo un duro, no sé a quién o a qué recurrir y las deudas me aplastan (…). Qué día más negro he tenido hoy”.

Con frecuencia, Rafael Escobedo hace mención a sus problemas de dinero: “Quiero pedirte un favor y perdona  que te cause tantos incordios. Cuando he hablado con mi madre, después de hacernos los reproches que nos ha parecido, ha quedado en mandarme una ayuda de 20.000 pesetas. El favor que te pido es el siguiente: en cuanto recibas esta carta, llama por teléfono a casa, preséntate como un amigo mío y no como periodista, y habla con mi madre. No lo hagas ni con mi padre ni con mi hermano Manolo, solo con mi madre. Bueno, le dices que eres amigo mío y que te he escrito urgente para pedirte que cojas las 20.000 que me da mamá y las mandas en dos giros. Uno de 15.000, telegráfico y urgentísimo a la dirección que te pongo más adelante y el resto... No creo que sea así, pero es posible que ella ya me hubiese mandado las veinte a mí antes de que tú la llames. En este caso te adjunto una nota para ella, para que te dé, si logro convencerla, que la convenceré sin duda, para eso he sido siempre su preferido, para que te dé 15.000 más y pones el giro este que me es importantísimo. Tal vez te preguntes por qué no se lo he dicho yo a mi madre directamente cuando he hablado con ella. Pues es muy sencillo, porque cuando hablo por teléfono tengo a uno o más guardias escuchando lo que hablamos y si delante de ellos menciono algo de esto se dan cuenta de que es de un trapi de los no legales aquí y podemos tener problemas el del trapi, el de la dirección y yo. (...) Aquí lo intentan controlar todo. Por eso a ella no le he podido decir nada. Por esto casi nunca podemos hablar claro ella y yo, y tenemos cantidad de rollos malos y dificultad de entendimiento. Espero habértelo explicado bien y que puedas arreglarme muy pronto este asunto, porque el tío de las 15.000 me tiene desesperado. Ayer ya, para quitármelo de encima durante un par de días, incluso le dije que ese dinero estaba ya mandado. (...) Matiucas, haz lo que puedas para solucionarme este asunto del giro de 15.000 y cuando hables con mi madre te agradecería que le contaras un poco de mí, de mi vida y de mis problemas aquí dentro. Ella no sabe nada y se entera de menos”.

El 14 de febrero le escribía a Matías Antolín: “Me hizo mucha gracia esa frase que me dices refiriéndote a mi hermano Manolo. Eso de ‘el chico, tú sabes, está pasando un mal momento’. Me resulta muy familiar, creo que se la he oído decir antes a alguien... Matiucas,el chico lleva quince años de mal momento..., ya debería ser hora de que empiece a hacer algo para que cambie, ¿no? Si te apetece tomar alguna copa con él o intentar ayudarle en su mal momento eres muy libre de hacerlo, pero te repito lo de antes. Me preocupa que mi familia pueda joder la marrana entre tú y yo. Yo no te he dicho que supimos lo de la pistola porque no lo veo. Me jode lo que te ha dicho mi madre. Yo no me invento nada, lo que te he dicho es la verdad. Me he pasado no sé cuántos años mintiendo porque uno u otro, o todos, lo querían así. Y ya ves el resultado... Es asqueroso, todos han ido a protegerse de sus pecados o de pecadillos y he sido yo quien ha pagado los platos que no había roto”. 

Un juramento incumplido

Un amor de juventud, por el que llegó a marcharse de casa, fue toda una experiencia para Rafael Escobedo, que le hizo jurarse a sí mismo que no volvería a enamorarse nunca más, un juramento que no cumplió y del que siempre se arrepintió.

A este respecto, el 26 de febrero de 1988 le escribía a Antolín: “Me admira la gente que como tú, ha sido capaz de largarse de casa a los 16 años. Yo no fui capaz. Mi incapacidad se debió en parte a que vivía demasiado bien y no tenía ganas, ni razón, para alterar mi vida fácil y de lujo. Así he terminado, siendo un perfecto inútil. La única vez que me pseudo fui de casa, tardé poco en volver y con un sabor de boca amargo. Te lo cuento: resulta que cuando tenía 18 añitos, camino de los 19, tuve una novia de esas mías, a la que quería con toda el alma. Nuestro amor era, pensaba yo entonces, la razón de mi existencia. En aquel tiempo estaba absolutamente convencido de que sin ella no podría vivir. En mi casa la odiaban todos, sin excepción. Y a sus padres también. Era hija única y también muy mimada. ¡Qué tiempos! Mi familia consideraba que ella era una puta, y la verdad es que un poco sí lo era, y que sus padres, aunque tenían dinero, eran unos horteras. Lo eran sin la menor duda, impresentables. Entonces me fui a la mili, voluntario. Estaba orgulloso de ser el primero de los hermanos que se entregaba a la patria. La verdad es que como no tenía ganas de estudiar, pensé que era la mejor forma de pasar de la universidad”.

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El abogado de Escobedo junto a este en la prisión de El Dueso

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